Vuelves a estar ahí, a punto de leer otro de mis textos, el zumbido reconfortante y familiar de tu torre, los ojos cansados reflejando la luz de la pantalla, la espalda encorvada hacia el monitor -para leerme mejor-, la mano posada suavemente encima del ratón, que dominas ya con la destreza del artesano que lleva años ejerciendo un oficio.
Yo también soy artesano a mi manera, aunque no me refiero a mi manejo del ratón -que también-, si no a algo diferente. Para ilustrarlo, deja que te cuente algo:
Era una noche algo fría, incluso a pesar de que el tiempo se había tornado algo más apetecible los últimos días. Yo estaba algo inquieto y empezaba a notar la segregación de adrenalina, que iría in crescendo.
Frente a mí, una persona de edad indefinida, por estar tapada en exceso incluso teniendo en cuenta lo fresco de la noche. De hecho, llevaba incluso gafas de sol. Sin duda, no quería que lo reconociera y yo no podía culparlo por ello. Es habitual en los ámbitos en los que me muevo. Por su forma de moverse, supe que se trataba de un hombre, quizá joven, aunque no hubiera puesto la mano en el fuego.
Sin decir una sola palabra, me dio un par de sobres: uno contenía una carga abultada y el otro, a pesar de contener algo más pequeño, pesaba más. Abrí el primero de los sobres bajo su atenta mirada escudada las gafas de sol y supe que bajo sus atuendos hizo un gesto de desaprobación, pero no me importó lo más mínimo; no me fío de nadie. Saqué su contenido y conté los billetes: dos mil euros, lo pactado. Sonreí levemente, asentí con la cabeza y se fue. Al cabo de un rato nos volveríamos a ver.
Me guardé el primer sobre y saqué el contenido del segundo: llaves.
Avancé hacia mi destino esperando no encontrar ningún vecino y que una vez dentro sucediera lo esperado. Me guardé las llaves en bolsillos distintos, y es que las llaves, al chocar unas con otras, hacen un sonido peculiar, toda persona reconoce el ruido de su juego de llaves. Puesto que quería entrar sin ser advertido, más me valía no emitir ningún ruido y menos aún el tintineo de las llaves, tan característico. Tú reconocerías el sonido de tu juego de llaves, ¿verdad?
Ya estaba frente a la puerta, que abrí haciendo el mínimo ruido. Entré en la casa. Dentro no había nadie deambulando, tal y como estaba supuesto. Perfecto. Se oía el zumbido de un ordenador tras una puerta, y allá es a donde me dirigí. Abrí la puerta con sumo cuidado y ahí estaba: la espalda encorvada, la mirada fija en la pantalla, reflejada la luz en sus ojos y en mi cuchillo, su mano suavemente posada sobre el ratón y la mía asiendo firmemente el arma, ambos con la destreza de un artesano que lleva ya años ejerciendo.
Ya sólo hace falta una cosa.
No mires hacia atrás.
Cuento de noche
Cuento de noche
Dolordebarriga escribió: ↑18 Jun 2024 17:36he aclarado mil veces que fue por metérsela por el culo a pelo a una amiga durante la noche/madrugada de fin de año