A vivir que son dos días

Adoradores de Ken Follet, seguidores del Marca, Gafa-Pastas afiliados al Kafka, histéricos del Harry Potter...
Responder
x
Perro infiel amiricano
Mensajes: 32
Registrado: 11 Nov 2003 12:33

A vivir que son dos días

Mensaje por x »

A Alberto no le gusta la playa. No demasiado. Así lo dice siempre cuando sale la conversación en el trabajo, a principios de verano. Hombre, está bien tomarse la cervecita en el chiringuito, eso sí. Y se ven algunas tías impresionantes, pues sí, a veces sí, que no siempre, no, ni mucho menos. Cierto es, por otra parte, que no siendo muy tiquismiquis (o no siendo un poco maricón, hablando claro), puedes ver bastantes chicas muy potables. Como para no hacerles ascos, vaya. Luego, también depende de la playa a la que vas, de si hay muchas extranjeras, por ejemplo: a las extranjeras les va mucho el top-less y claro, eso se nota, unas tetas son siempre unas tetas, y si la tía es joven y tiene un tipo así, normalillo, pues seguro que da gusto vérselas. Pero en todo caso, la verdad, a Alberto no le gusta la playa. La arena es un asco, el agua está helada, hace un calor inaguantable... Casi lo mejor que tiene es que cuando hablas del tema, en la conversación esa del trabajo a principios de verano, hay bastantes compañeros que no van a ir porque no pueden pagarlo, y te dicen la envidia que les das y eso. Pero bueno, al final Alberto va, realmente, porque a su mujer le encanta la playa y ya está, no nos engañemos.

Ahora bien, de todas las infernales cosas que tiene la playa, lo peor de lo peor es que tu mujer —que es a la que le gusta ir, repitámoslo, y no nos engañemos, ea—, se largue a no sé qué y te deje cuidando de tu retoño de dos años. Casi tres. Albertito. Muy mono que es, muy majo, y no es que Alberto no lo quiera, a ver si no confundimos las cosas. Lo quiere, pero seamos realistas, cuidar de Albertito en la playa es un coñazo. ¿Qué la arena es un asco? Pues hala, te tienes que rebozar bien rebozado porque al nene se le antoja jugar a enterrarte. ¿Qué el agua está helada? Pues toma remojón que te propina el crío con el cubito. Una gracia. ¿Y las tías buenas, y las tetas de las que van en top-less? Pues casi ni las ves porque no le puedes quitar ojo al guaje. En fin, que quede claro: lo peor de lo peor de estar en la playa es que te hayan cargado el muerto de cuidar del nene. Y en esas está Alberto esta mañana. Doce de agosto, a la una de la tarde, a la orillita del mar y cuidando de Albertito. Un planazo.

Y, lo que decíamos, el mar está hoy especialmente helado. Albertito es un niño muy delgado, casi escuálido, y cuando sale del agua está tiritando como un condenado. Es el momento en que Alberto descubre con el cabreo consiguiente que en la bolsa de playa preparada por su desertora esposa no hay toalla. La madre que la parió. Sin toalla, el niño llorando y dando diente con diente, los bañistas de las sombrillas circundantes contemplando la escena con mudo reproche... Joder, joder, joder. Y en ese momento se acerca ella.

Tiene el pelo castaño muy claro, casi rubio. Puede tener dieciséis años, es delgadita, pero tiene de todo. Alta —ahora son todas altas—, con un bikini precioso, pequeño pero muy... elegante puede ser la palabra, sí, un bikini elegante, muy fino, como dice su mujer cuando lo arrastra a comprarse los suyos (aunque a ella no le quedan ni la vigésima parte de bien que a la semidiosa). Casi no importa que no vaya en top-less, porque con una chica tan guapa es preferible adivinar cómo será lo poco que lleva tapado.

Alberto tarda unos instantes en darse cuenta de que la semidiosa le ofrece algo en su mano extendida: una toalla. Por un momento se pregunta con estupor para qué quiere él tal cosa, después recuerda con un sobresalto que esos sollozos que se oyen son los de su hijo, olvidado y tiritando de frío. La chica se agacha, lo rodea con la toalla y lo seca cariñosamente, estrechándolo contra su bikini elegante y fino y contra el contenido adivinado, soñado, casi casi gloriosamente contemplado de su bikini elegante y fino. La suerte del niño jodío, ya ves. Él ni se entera del privilegio que le concede ella.

O mejor dicho ellas. Alberto descubre que son dos porque la otra se acerca, morena, con más curvas y más carne, pero con la misma sonrisa simpática. Hasta se diría que ésta es más guapa que la otra, sería difícil decidirlo. Hay que decir algo. Charlar.

«Muchas gracias, ya veis, es que no sé qué ha pasado con mi toalla, estoy seguro de que la puse en la bolsa esta mañana...» —mentira impresionante, la bolsa no la preparó él ni tiene ni idea de qué había en ella. «No, nada, no se preocupe, es algo que pasa muchas veces». «Qué guapo eres, ¿cómo te llamas?», «Alberto», ay joder, ella le preguntaba al chiquillo, qué plancha; bueno, espera, espera, los dos se llaman igual. «Se llama Alberto», rectificación a tiempo. «Qué nombre tan bonito», «Nos llamamos igual», «¿Ah, sí?», «Sí, bueno, yo no estaba muy seguro, pero la familia decía que era bonito, sí, y esas cosas».

Durante unos minutos se habla de tonterías. Qué mas da, el caso es darles la charleta a las crías, qué majas son, aparte de estar muy buenas. En fin, lo de estar buenas es determinante, hablando claramente. ¿Qué darían los pobres pringaos del Iniesta y el Manolo si pudieran estar aquí ahora, mano a mano con estas dos tías buenas casi desnudas? Porque mira que son pequeños los bikinis que llevan, y joder: te das cuenta de que te gusta una mujer porque esos dos palmos de tela te parecen grandes. La verdad es que a la rubita me parece que le queda bien lo que lleva, pero en cambio a la morenita le está sobrando todo. Todo. Ojalá hiciera top-less, ésta. Tantas hay por aquí que enseñan unas tetas la mitad de la mitad de las que se le adivinan a ella, con ese bikini pequeñajo que, no se sabe cómo, le tapa tantísimo...

«Alberto, ¿te podemos pedir un favor?». Venga, pídeme lo que quieras, encanto. «Sí, cómo no, cualquier cosa», generosidad de gran señor, que es como hay que decir estas cosas. «Pues es que hemos venido en autobús y ahora tenemos que volvernos y...», «...y traíamos el dinero justito y al final nos hemos tomado unas cervezas, porque hace tanto calor, ¿no?», qué sonrisa tiene la jodía, señores, y qué razón tiene también, menudo calor que hace, «El caso es que nos falta dinero para los billetes de vuelta, no sabemos qué hacer», «Podemos llamar por teléfono, pero es que mi madre me mata, de verdad», «¿Tú no podrías dejarnos algo, Alberto?». Acabáramos. Se jodió el invento. Estas dos gachís tan monas lo que quieren es sacarte la pasta, ¿no? Están frescas.

Pero no. En un tono de voz muy educado y respetuoso, la rubita explica que ellas quieren dejarle a Alberto su toalla a cambio de los doce euros que les cuesta el autobús. Con disimulo, él pone su mano sobre la cabecita del niño y la deja caer hacia su hombro cubierto por la tela. Es suave y confortable. Alberto sabe que esta toalla debe de valer más. Recuerda los denuestos de su mujer cuando fueron a comprar una toalla nueva —ésa, sí, ésa que ahora no se han traído— y no hubo forma de conseguirla por menos de treinta euros. «Necesitamos una que sea buena y que seque bien para el niño, y las buenas no valen menos». Como siempre: el niño, las necesidades del niño, los caprichos del niño, Dios, ¿habrá acaso un hombre que pinte algo en su casa después de que lleguen los niños? Estas dos están muy buenas, son muy simpáticas y tú tienes doce euros para darles. Y ya está, por mis cojones. «Oye, no me parece bien quedarme con la toalla, pero ahora me hace falta por el chiquillo. Si eso, quedamos para mañana y os la devuelvo, ¿estamos?», así, así se hace, aún no has perdido los reflejos del buitre leonado, ñiec, a ver si mañana ya es una cervecita lo que cae, y pasado mañana, ¿quién sabe?

Se van corriendo, meneando el trasero ese que Dios les dio, y en seguida aparece Marta. Tempestad de reproches. Que dónde está mi toalla nueva, que yo la puse en la bolsa con toda seguridad, que esto no puede ser, que tú me la has perdido; con lo buena que es, y tan bonita, amarilla con la orla de cachemir. Es que a Alberto le hincha las... narices, «No me hinches los cojones, Marta», oh, oh, lo que le has dicho, qué barbaridad, qué escándalo, ¿no?, «Pues sabes lo que te digo, me voy a dar una vuelta por la playa, no me quedo aquí oyendo tus chorradas», ¡joder!

Venga, a ver si con un poco de suerte las pillas antes de que lleguen al autobús. No creo que puedan correr tanto como tú, esas dos. Alberto es que aún está muy en forma, hace sus partidos de fulbito los fines de semana, su horita de correr diez días al mes, todo eso, y está delgado y fuerte, no como Marta, que no se cuida nada y se ha echado a perder de qué manera. Por eso estas dos se han fijado en él. Ya lo dice siempre Iniesta, si es que los maduros tienen atractivo para las jovencitas, eso siempre se ha sabido. Que no lo aprovecháis más porque sois muy buenos, demasiao buenos, Alberto, que ya caéis en tontos, coño. Oye, ¿dónde se habrán metido? A ver, tal vez por esa parte... Si diera con ellas, podrían buscar una terraza frente al mar, no regresar al apartamento hasta el atardecer; o mejor, hasta el día siguiente, y pasar esta noche por ahí solo, él solo, sin Marta, sin planes, beber algo, encontrarse con algún feliz imprevisto. Él también tiene derecho a soñar, todavía. Alberto recorre la inmensa playa a grandes pasos, ágil todavía sobre la arena que entorpece sus pies como una trampa. Y las ve. Ve, sobre todo, a la morena, con esa melena exuberante y magnífica, rizada en las puntas, brillante al sol. Qué buena está. Quiere acercarse cuanto antes, aún está un poco lejos. Cuando llegue hasta ellas, está decidido: las invitará a algo. Y a ver qué pasa.

Pero está escrito que no llegará a hablarles. A tiempo, antes de que ellas detecten su presencia, Alberto advierte la maniobra: están hablando con un tipo de mediana edad, un poco calvito —uno que hasta podría ser su padre, bien mirado—, y entre ellos hay un intercambio, y ellas le entregan una toalla. Amarilla. Con unos dibujitos en el filo, que, hostia, ¿no son cachemir de ése? ¡Mi toalla! Después de despedirse con muchas monerías, la rubia se inclina unos metros más allá, fuera de la vista del hombre, y recoge del suelo dos toallas, la de abajo cuidadosamente oculta por la de encima. La toalla del calvito, que ahora va a ser revendida a otro hombre en otra parte de la playa interminable.

Las dos estafadoras se marchan corriendo, meneando sus traseros redondos, altos, duros, la madre que las parió, vaya par de culos que tienen. Y ahora, ¿qué? ¿Denunciarlas? ¿Las vas a denunciar, Alberto? ¿Con qué pruebas, si me haces el favor de decírmelo? Y ¿dónde vas a encontrar a un policía, aquí? ¿Con la chapa prendida en el bañador, tal vez?

Alberto se vuelve despacito y regresa sobre sus pasos, hacia donde están Marta y Albertito. A su sitio. No ha sido nada, eso repite una voz falsamente serena en el fondo de su cerebro. No ha sido nada. Pero sí, hay algo que te escuece por dentro. Un pellizco, un ahogo que te hace respirar con angustia y tragar saliva. Se te pasará en seguida. La vida es así, Alberto, una jodienda continua, pero de vez en cuando hay buenos momentos, en los que te sientes de nuevo joven, en los que sonríes a tías buenas que te devuelven la sonrisa y tú estás convencido de que el fulbito obra milagros. Que te quiten lo bailao, hombre. El griterío de la gente no deja oír el sonido del mar. Cada día que empieza es como el que ya ha pasado, se vuelve a la misma casa después de hacer las mismas cosas, y en verano enmascaramos la rutina en una playa que no nos gusta, donde el agua está helada y hace un jodido calor. Y algunos miles de años después, sin ruido, desaparecemos de la Tierra.

Avatar de Usuario
Dolordebarriga
Companys con diarrea
Mensajes: 18002
Registrado: 06 Nov 2002 20:38
Ubicación: Ambigua

Mi muy querida peli porno:

Mensaje por Dolordebarriga »

Te subo esto porque es bueno, divertido y está realmente bien escrito.

Te lo subo porque soy un hedonista de cojones (sobretodo con las cosas de los demás) y me gusta fardar de las cosas buenas.

Te lo subo porque tiene pocas lecturas y se merece muchas más.

Tu, hacia arriba!!!!;

Dolordebarriga

Avatar de Usuario
misha
Perro infiel amiricano
Mensajes: 39
Registrado: 03 Jun 2004 11:47

Mensaje por misha »

pos si, a mi este relato me parecio curiosillo, por su forma tan natural de expresarse y lo descriptivo de los pensamientos del prota, que te hacian seguir el hilo.

oye, x no era una chica, por lo que decia en el hilo de <<la mujer de mi vida>>? igual lei mal y se referia a la ficcion, no se... aunque si fuera chica, tendria mas merito aun este relato, jejeje

x
Perro infiel amiricano
Mensajes: 32
Registrado: 11 Nov 2003 12:33

Mensaje por x »

Pues sí, soy una chica. Es curioso que se plantee lo de si tiene más mérito escribir intentando imaginar que estás en la mente de un hombre siendo una mujer, más que nada porque escribí otra versión de este mismo cuento en que la protagonista era una mujer. Pero después me pareció mejor la versión con Alberto (que al principio se llamaba Manolo) y ésa es la que decidí colgar.

En todo caso, gracias de todo corazón por los elogios. Claro que una siempre piensa que lo que escribe es bueno, es divertido y está bien escrito, pero al fin y al cabo quizás —sólo quizás, bueno, ejem, digamos que cabe la posibilidad— no lo sea tanto como una cree. O no lo sea nada. Así que es estupendo de verdad leer que hay al menos una persona más que también lo cree.

Gracias.

Avatar de Usuario
Yongasoo
Ulema
Mensajes: 24437
Registrado: 22 Ago 2003 09:44

Mensaje por Yongasoo »

Muy bueno, me ha gustado mucho, muy bien pensado el final.

Saludos.
"Apathy's a tragedy
And boredom is a crime"

GNU Terry Pratchett

Responder