Otro punto curioso del libro es que cada una de sus 3 partes comienza con 3 repeticiones de esta frase. También ocurre en el último capítulo, el cual, por cierto, no sale en la adaptación cinematográfica.
Un gran acierto de Kubrik.
Lo cierto es que de esa forma desvirtuó un poco el mensaje que Burgess pretendía dar (que el individuo puede cambiar sin necesidad de coacción por parte de la sociedad), aunque hizo bien al eliminar el último capítulo, ya que es el más flojo del libro y no hubiera quedado bien en película. Especialmente porque es más bien una reflexión, que no un conjunto de acciones.
Un saludo.
Pd: ¿soy el único ser de la faz de la Tierra al que le aburrió soberanamente Cien años de soledad? Me parece que va a ser que sí.
¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguirlas formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da cites precisas es la misma que necesita pape! rayado pare escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.
De Rayuela, Cortazar.
El perrico, definiendo la HAMBROSIA a ma112nu escribió:Un curasán aceitoso y calentico chorreando en el plato, la sonrisa de un niño, las ttks, un perolo de gazpacho manchego con medio kilo de pan para mojar, las ttks, las pelis de chinos dándose hostias, los ninjas, Mr. T, Mr.T luchando contra los ninjas, cualquier animal comestible, las ttks, correr desnudo por la playa alrededor de la gente mientras silbo el opening de battlestar galactica, la shandy cruzcampo de abadía belga, los torreznos, cualquier cosa rebozada, cagar en espiral, cosas asín, manu, cosas asín.
Yo, Sinuhé, hijo de Senmut y de su esposa Kipa, he escrito este libro. No para cantar las alabanzas de los dioses. No para alabar a los faraones, porque estoy cansado de sus actos. Escribo para mí solo. No para halagar a los dioses, no para halagar a los reyes, ni por miedo del porvenir ni por esperaanza. Porque durante mi vida he sufrido tantas pruebas y pérdidas que el vano temor no puede atormentarme y cansado estoy de la esperanza de la inmortalidad como lo estoy de los dioses y de los reyes. Es, pues, para mí solo para quien escribo , y sobre este punto creo diferenciarme de todos los escritores pasados o futuros.
Sinuhé el Egipcio, de Mika Waltari.
Los libros colman estantes como bebés en incubadoras. ¿Cuántos se han arrullado sus tiernos lomos entre tus manos para balbucir sus primeras, únicas e imborrables palabras?
Al pasar Nueva Orleans dejo atrás sus lagos iridiscentes y luces de gas amarillo pálido | pantanos y estercoleros | aligátores arrastrándose sobre botellas rotas y latas | moteles con arabescos de neón | chaperos desamparados que susurran obscenidades a la gente que pasa.
"Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondria me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustituto de la pistola y la bala. Catón se arroja sobre su espada, haciendo aspavientos filosóficos; yo me embarco pacíficamente. No hay en ello nada sorprendente. Si bien lo miran, no hay nadie que no experimente, en alguna ocasión u otra, y en más o menos grado, sentimientos análogos a los míos respecto del océano."
Durante todo un día de otoño, día obscuro, sombrío y silencioso, en que las nubes se amontonaban pesadas y bajas en el cielo, había yo atravesado, solo y a caballo, una extensión de terreno singularmente lúgubre y, por fin, cuando ya se acercaban las primeras sombras de la noche, divisé ante mí la melancólica casa Usher. No sé por qué, pero desde la primera mirada que dirigí sobre el edificio, un sentimiento de tristeza insoportable penetró en mi alma. Digo insoportable, porque esa tristeza no estaba en modo alguno atemperada por un ápice de ese sentimiento, cuya esencia poética le convierte casi en una voluptuosidad, que sobrecoge generalmente el alma ante las imágenes naturales más sombrías de la desolación y del terror. Contemplaba yo el cuadro colocado ante mí, y sólo de ver la casa y la perspectiva característica de aquella posesión, los muros helados, las ventanas parecidas a ojos distraídos, unas cuantas matas de juncos vigorosos, varios troncos de árboles blanquecinos y secos, experimentaba ese completo decaimiento de espíritu, que, entre las sensaciones terrestres, solamente puede compararse con el despertar del fumador de opio, con su desconsolador retorno a la vida cotidiana, con la horrible y lenta retirada del velo. Era como un hielo en el corazón, un abatimiento, un malestar, una irremediable tristeza de pensamiento que no podía reanimar ni apaciguar ningún estímulo de la imaginación. ¿Qué era entonces -me detuve a pensarlo-, qué era entonces aquél no sé qué que me enervaba de tal modo al contemplar la casa Usher? Era un misterio completamente insoluble, y yo no podía luchar contra los pensamientos tenebrosos que se acumulaban sobre mí mientras reflexionaba en ello. Me vi obligado a admitir, como conclusión poco satisfactoria, que existen combinaciones de objetos naturales muy sencillos, con poder para afectarnos de ese modo, y que el análisis de ese poder reside en consideraciones sobre las que perderíamos pie.
Señores, esto es un principio y lo demás son gilipolleces.
Fuera de Europa, 1555 En la primera página hay escrito: En el fresco soy una de las figuras del fondo. La letra meticulosa, sin borrones, pequeña. Nombres, lugares, fechas, reflexiones. El cuaderno de los últimos días convulsos. Las cartas amarillentas y decrépitas, polvo de décadas pasadas. La moneda del reino de los locos se bambolea en mi pecho para recordarme el eterno movimiento pendular de la humana fortuna. El libro, tal vez el único ejemplar impreso, no ha sido abierto aún. Los nombres son nombres de muertos. Los míos, y los de aquellos que recorrieron los tortuosos senderos. Los años que hemos vivido han sepultado para siempre la inocencia del mundo. Os prometí no olvidar. Os he salvado del olvido. Quiero tenerlo todo bien controlado, desde un principio, los detalles, el azar, el fluir de los acontecimientos. Antes de que la distancia empañe la mirada que se vuelve hacia atrás, atenuando el estruendo de las voces, de las armas, de los ejércitos, la risa, los gritos. Y sin embargo solo la distancia permite remontarse a un probable comienzo. 1514. Alberto de Hohenzollern es nombrado arzobispo de Magdeburgo. A los veintitrés años. Más oro en las arcas del Papa: compra también el arzobispado de Halbertstadt. 1517, Maguncia. El más vasto principado eclesiástico de Alemania aguarda el nombramiento de un nuevo obispo. Se obtiene el nombramiento, Alberto tiene en sus manos un tercio de todo el territorio alemán. Hace su oferta: catorce mil ducados por el arzobispado, más diez mil por la dispensa papal que le permita conservar todos los cargos. El asunto se negocia por medio de la banca Fugger de Augsburgo, que anticipa la suma. Una vez cerrada la operación,Alberto debe a los Fugger treinta mil ducados. Son los banqueros quienes deben establecer las modalidades de pago. Alberto debe fomentar en sus dominios la predicación de las indulgencias del papa León X. Los fieles deberán realizar una contribución para la construcción de la basílica de San Pedro, a cambio 15 de lo cual obtendrán un certificado: el Papa los absuelve de sus pecados. Solo la mitad de lo recaudado será para financiar los astilleros de Roma.Alberto empleará el resto para pagar a los Fugger. El encargo será confiado a Johann Tetzel, el más experto predicador del lugar. Tetzel recorre los pueblos durante el verano del 17. Se detiene en la frontera con Turingia, que pertenece a Federico el Sabio, duque de Sajonia. No puede poner los pies allí. Federico recauda por su propia cuenta las indulgencias, a través de la venta de reliquias. No acepta competidores en sus territorios. Pero Tetzel es un hijo de puta: sabe que los súbditos de Federico harán de buena gana unas pocas leguas más allá de la frontera. El paraíso bien vale un pequeño obstáculo en el camino. El ir y venir de almas en busca de palabras tranquilizadoras tiene terriblemente indignado a un joven fraile agustino, doctor por la Universidad de Wittenberg. No puede tolerar el obsceno mercadeo puesto en marcha por Tetzel, con escudo de armas y sello pontificio bien visibles. 31 de octubre de 1517. El fraile clava en la puerta sur de la iglesia de Wittenberg noventa y cinco tesis contra el tráfico de indulgencias, escritas de su puño y letra. Se llama Martín Lutero. Con ese gesto da comienzo la Reforma. Un punto de origen. Recuerdos que recomponen los fragmentos de toda una época. La mía.Y la de mi enemigo: Q.
Q de Luther Blisset
Como ver a Platón y Aristóteles haciendo un 69 disfrazados de la patrulla canina.
Ramón, Telephono roto 2020.