Comienzos que enganchan

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Carmelo
frutícola, de todos es sabido...
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Mensaje por Carmelo »

Dedicado a Nicotin, el más grande, en estos tan difíciles momentos de baneo.

Soy un enfermo. Soy un malvado. Soy un hombre desagradable. Creo que padezco del hígado. Pero no sé absolutamente nada de mi enfermedad. Ni siquiera puedo decir con certeza dónde me duele.
Ni me cuido ni me he cuidado nunca, pese a la consideración que me inspiran la medicina y los médicos. Además, soy extremadamente supersticioso... lo suficiente para sentir respeto por la medicina. (Soy un hombre instruido. Podría, pues, no ser supersticioso. Pero lo soy.) Si no me cuido, es, evidentemente, por pura maldad. Ustedes seguramente no lo comprenderán; yo sí que lo comprendo. Claro que no puedo explicarles a quién hago daño al obrar con tanta maldad. Sé muy bien que no se lo hago a los médicos al no permitir que me cuiden. Me perjudico sólo a mí mismo; lo comprendo mejor que nadie. Por eso sé que si no me cuido es por maldad. Estoy enfermo del hígado. ¡Me alegro! Y si me pongo peor, me alegraré más todavía.


Memorias del Subsuelo, Fedor Dostoyevski.

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LunaOskura
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Mensaje por LunaOskura »

Memorias de un amante sarnoso, Groucho Marx

<< Escribí este libro durante las largar horas de espera en que mi mujer se vestía para salir. Y si nunca se hubiera vestido, nunca lo habría escrito >>


-Advertencia prelimilar-

Sé muy bien que el título de este libro puede inducir a error, pero la verdad es que existen muchas maneras de vender un libro o de despellejar a un gato. Claro que no hay ninguna relación entre esas dos afirmaciones, aunque yo tuve una tía que no dejaba de repetir que existen muchas maneras de despellejar a un gato. Un día, durante una ola de calor que abatió el East Side de Nueva York, cedió a dicho impulso y, pocas horas después, un caballero con bata blanca se la llevó aferrada a la piel del gato. No fue un espectáculo agradable. Ella no tenía los cascos bien ajustados.

Cualquiera que compre este libro por el título perderá a lo tonto su dinero. Ya me gustaría escribir algo verdaderamente erótico que fuese objeto de prohibiciones, pues parece ser que nada excita más la voracidad hacia la literatura que saber que a un autor lo han metido en prisión por perturbar la libido de millones de personas.

Y ahora, una vez descartado el asunto sexual, veamos que otras cosas contiente.


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LunaOskura
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Mensaje por LunaOskura »

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Corazón tan blanco, Javier Marías


No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su vieja de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados. Cuando se oyó la detonación, unos cinco minutos después de que la niña hubiera abandonado la mesa, el padre no se levantó en seguida, sino que se quedó durante algunos segundos paralizado con la boca abierta, sin atreverse a masticar ni a tragar ni menos aún a devolver el bocado al plato; y cuando por fin se alzó y corrió hacia el cuarto de baño, los que lo siguieron vieron cómo mientras descubría el cuerpo ensangrentado de su hija y se echaba las manos a la cabeza iba pasando el bocado de carne de una lado para otro de la boca, sin saber todavía que hacer con él. Llevaba la servilleta en la mano, y no la soltó hasta que al cabo de un rato reparó en el sostén tirado sobre el bidet, y entonces lo cubrió con el paño que tenía a mano o tenía en la mano y sus labios habían manchado, como si le diera más vergüenza la visión de la prenda íntima que la del cuerpo derribado y semidesnudo con el que la prenda había estado en contacto hasta hacía muy poco: el cuerpo sentado a la mesa o alejándose por el pasillo o también de pie.


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LunaOskura
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Mensaje por LunaOskura »

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El arte más íntimo, Poppy Z. Brite


A veces un hombre se cansa de llevar a cuestas todo lo que el mundo carga sobre su cabeza. Los hombros se hunden, la columna se retuerce cruelmente, los músculos tiemblan de fatiga. La esperanza de alivio empieza a decaer. Y el hombre tiene que tomar la desición de deshacerse del fardo o sobrellevarlo hasta que el cuello se casque como una ramita endeble de otoño.

Tal era mi situación hacia el final de mis treinta y tres años de vida. Aunque mereciera todo lo que el mundo me deposita encima (y tormentos de ultratumba mucho peores que los que nos amenazan en la Tierra: la tortura de mi esqueleto, la violación y el desmembramiento de mi alma inmortal), aunque mereciese todo eso y más, descubrí que ya no podía cargar con ese peso.

Comprendí que no tenía que cargarlo, oigan. Llegué a entender que había otra opción. Debió ser difícil para Cristo sopartar las angustias de la cruz -la suciedad, la sed, las espinas terribles que le perforaban la pulpa gelatinosa de las manos- sabiendo que había otra alternativa. Y yo no soy Cristo, ni siquiera a medias.

Me llamo Andrew Compton. Entre 1977 y 1988 maté a veintitrés chicos y jóvenes en Londres. Yo tenía diecisiete años cuando empecé, veintiocho cuando me atraparon. Todo el tiempo que estuve en la cárcel supe que si algún día me soltaban seguiría matando chicos. Pero sabía también que no me soltarían nunca.


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Nicotin
Manuel Fraga Iribarne
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Mensaje por Nicotin »

Gracias (1), Carmelo*

A todo el mundo le gusta Dostoyevsky. Dostoievski es grande... además, se puede escribir su apellido de cien formas diferentes, y nunca nadie le dirá que está mal.





* Sr.



(1) De corazón.

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Cíclope Bizco
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Mensaje por Cíclope Bizco »

En un lejano juego de dimensiones de segunda mano, en un plano astral ligeramente combado, las ondulantes nieblas estelares fluctúan y se separan.

Vamos...

La Gran Tortuga A´Tuin se acerca, nadando lentamente por el golfo interestelar, con los pesados miembros llenos de hidrógeno congelado, la enorme y viejísima concha llena de cráteres de meteoros. Con unos ojos del tamaño de mares, encostrados de lágrimas reumáticas y polvo de asteroides, Él contempla fijamente el Destino.

En una mente más grande que una ciudad, con lentitud geológica, Él piensa sólo en el Peso.

Por supuesto, la mayor parte del peso se debe a Berilia, Tubul, Gran T´Phon y Jerakeen, los cuatro elefantes gigantes sobre cuyos lomos y amplios hombros bronceados por las estrellas descansa el disco del mundo, enguirnalado por una enorme catarata a lo largo de toda su circunferencia, y cubierto por la bóveda azul pálido del cielo.

Hasta ahora, la astropsicología no ha sido capaz de averiguar en qué van pensando.

El Color de la Magia, de Terry Pratchett.
Al pasar Nueva Orleans dejo atrás sus lagos iridiscentes y luces de gas amarillo pálido | pantanos y estercoleros | aligátores arrastrándose sobre botellas rotas y latas | moteles con arabescos de neón | chaperos desamparados que susurran obscenidades a la gente que pasa.

Nueva Orleans es un museo de muertos.

niniel
moromielda
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Mensaje por niniel »

In a hole in the ground there lived a hobbit. Not a nasty, dirty, wet filled with the ends of worms and an oozy smell, nor yet a dry, bare, sandy hole with nothing in it to sit down on or to eat: it was a hobbit-hole, and that means comfort.

The Hobbit, J.R.R. Tolkien. Y por extensión, Lord of the Rings, aunque su comienzo no es tan bueno.

niniel
moromielda
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Mensaje por niniel »

Tendrás muchas pasiones, dijo mi carta astral. Una égida de amores intensos y fugaces. Un rosario de nombres enlazados por besos. Algunos de ellos sobrios, algunos de ellos tiernos. Más altos o más bajos, castaños o morenos, los hay de todo tipo. Y a todos les define una causa común: la virilidad que se les revuelve inquieta entre las piernas.

Algunas pisan fuerte, son altas, orgullosas. Son firmes y obstinadas, enhiestas como mástiles. Poderosas y astutas, seguras de sí mismas, buenas razonadoras, maduras, decididas, van a invadirlo todo. Entran, se hacen las dueñas y al fin, en su despacho, bien firmes y encajadas, saben que ése es su sitio, conocen su papel. Entran, salen, se van emocionando, se van acelerando conscientes de su imperio. Imperios de una noche, monarquías de un beso.

Hay otras pequeñitas, inquietas y traviesas. Revoltosas, curiosas, nunca les falta espacio para poder jugar, indagar y perderse. Dulces exploradoras, a veces se te escapan, culebras resbalosas, lo mismo que lo intenta el jabón en la bañera. Patinan sorprendidas por los muslos mojados y vuelven escalando, ansiosas e impacientes, brincando pizpiretas, al refugio húmedo y cálido que saben les espera. Pececitos que saltan por tu corriente interna. felices y empapados, no le simporta mucho ni el cómo ni el por dónde. Son jóvenes de espíritu. Apenas se toman en serio a sí mismas.

Podrás quererlas mucho y nunca poseerlas. Podrán quererte aún más y no te tendrán nunca. Esquivas y reidoras, fugaces, detonantes, ni estelas ni pisadas dejaron tras de sí. Apenas el recuerdo, incierto y añorado, de las horas felices, las únicas que cuentan, las realmente vividas


Amor, curiosidad, prozac y dudas, de Lucía Etxeberría.

(Aunque a mi el capítulo que más me gusta es I de intolerancia. Hay quien diría que no es casual)

niniel
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Mensaje por niniel »

La mujer que iba a morir se llamaba Hortensia. Tenía los ojos oscuros y no hablaba nunca en voz alta. Sólo cuando la risa le llenaba la boca, se le escapaba un Ay madre mía de mi vida que aún no había aprendido a controlar, y lo repetía casi a gritos sujetándose el vientre. Se pasaba gran parte del día escribiendo en un cuaderno azul. Llevaba el cabello largo, anudado en una trenza que le recorría la espalda, y estaba embarazada de ocho meses.

Ya se había acostumbrado a hablar en voz baja, con esfuerzo, pero se había acostumbrado. Y había aprendido a no hacerse preguntas, a aceptar que la derrota se cuela en lo hondo, en lo más hondo, sin pedir permiso y sin dar explicaciones. Y tenía hambre, y frío, y le dolían las rodillas, pero no podía parar de reír.

Reía.

Reía porque Elvira, la más pequeña de sus compañeras, había rellenado un guante con garbanzos para hacer la cabeza de un títere, y el peso le impedía manipularlo. Pero no se rendía. Sus dedos diminutos luchaban con el guante de lana, y su voz, aflautada para la ocasión, acompañaba la pantomima para ahuyentar el miedo.

El miedo de Elvira. El miedo de Hortensia. El miedo de las mujeres que compartían la costumbre de hablar en voz baja. El miedo en sus voces. Y el miedo en sus ojos huidizos, para no ver la sangre. Para no ver el miedo, huidizo también, en los ojos de sus familiares.

Era día de visita. La mujer que iba a morir no sabía que iba a morir.


La voz dormida, de Dulce Chacón

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Mclaud
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Ubicación: Con C de cretino

Mensaje por Mclaud »

Ahora siéntese cómodamente y relájese. Intente disfrutar de la lectura. Va a ser el último relato que lea en su vida, o casi el último. Después de leerlo puede que permanezca sentado y trate de no pensar en él; puede que encuentre excusas para remolonear en su casa, en su habitación o en su oficina, dondequiera que esté leyendo esta historia. Pero tarde o temprano tendrá que levantarse y salir de donde se encuentre. Ahí es donde yo le estaré esperando: afuera. O quizás más cerca todavía; tal vez en esta misma habitación.

Naturalmente usted se piensa que se trata de una broma. Cree que, después de todo, esto no es más que un relato, y que no es usted a quien me dirijo. Siga pensando de ese modo, pero sea justo y reconozca que se lo estoy advirtiendo seriamente.

Hartley apostó a que no sería capaz de hacerlo. Y me apostó un diamante del que me había hablado en reiteradas ocasiones, un diamante del tamaño de su cabeza. Ahora ya sabe por qué tengo que matarle y por qué debo contarle, en primer lugar, de qué modo y por qué motivo, y el origen de toda esta historia. Esto forma parte de la apuesta. Es exactamente la clase de idea que se le habría ocurrido a Hartley


No mire atrás de Frederic Brown
tonetti escribió:¿Estás intentando razonar con Maclukis? (...) BAstante dacuerdo con macklukis (...) Muy de acuerdo con lo que dice maclakis

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