Yongasoo escribió:Cuando yo era peque iba a una clase de computación, teníamos una especie de iniciación a la programación, una de las tareas era armar una especie de ascensor con legos de este estilo y programarlo para que el motorcito lo llevara a cada piso y tal. Lo más divertido era al final, cuando le poníamos la potencia máxima al motorcito y veíamos como el ascensor se hacía pedazos.
A mí también me hicieron montar algo parecido, aunque con madera en lugar de piezas de lego. Uno tenía que coger la madera, cortarla él mismo, montarlo en forma de montacargas y conectarlo a un motorcillo que lo hiciera subir y bajar a lo largo de un sinfín.
El problema es que había que montarlo en casa. Bueno, esto no era un problema en sí mismo; lo que sí suponía un problema era la ayuda de los padres, nunca públicamente reconocida, pero a todas luces evidente. Porque cuando llegó la hora de entregar el proyecto veías a críos que no comprendían ni las reglas de la Oca traer unos montacargas que parecían diseñados por un puñado de ingenieros chinos. Se notaba que la frustración emergente en sus mentes de cacahuete les movió a llorar y pedir ayuda a sus padres ante la tarea imposible que tenían enfrente. Fue en algunos casos dolorosamente evidente. Coño, que había una niñata que lo único que sabía era chupar piruletas (una habilidad que más adelante probablemente le haya sido útil) con un ascensor que tenía incluso iluminación que cambiaba de color según subía y no sé qué mierdas más.
Entonces veníamos a los que no nos habían ayudado los padres con nuestros montacargas, decentes y funcionales en todo caso, pero sin fruslerías. Mi padre es andaluz, ya lo sabéis. Creo que no hace falta añadir nada más. Mi montacargas era fulero pero daba el pego, oye, hasta dibujé el logo de Otis en un lateral. Sin embargo vi cómo el krill de mi clase recibía excelentes notas mientras que los honestos entre los que yo me contaba recibíamos miseria. Creo que me pusieron un cinco. Salí de clase, cogí mi ascensor, lo rocié con alcohol y le prendí fuego.
La cámara hizo un travelling descendiente, hasta coger en la parte inferior del plano el fuego que salía del ascensor, y en la parte superior del mismo mi cara furibunda, con lágrimas rodando mejillas rojitas abajo, y poniendo a Dios por testigo que algún día vería el mundo arder y yo, el causante de tanto dolor, reiría a mandíbula batiente mientras viera a los infelices morir como ratas bajo mi destructivo régimen.
Como en Battlestar Galactica:
todo estó sucedió antes, y volverá a suceder. Me vi formando parte de un ciclo, en el que mi revelación había pasado 110 años antes, en Linz, Austria, y sucederá dentro de 80 años en Hanoi.
Venga.