Relaño, en su puto globo.
El fútbol es ilusión, antes que ninguna otra cosa, y también memoria. El regreso del Niño Torres ha provocado una oleada de entusiasmo admirable, que coincide con uno de los momentos de más expectativa de la temporada, esta eliminatoria de octavos entre los ‘eternos rivales’ madrileños. Simeone se tira a la piscina y le anuncia como titular. “Si no le viera fuerte no le pondría”, dice. Esta presencia del Niño perdido y hallado en el templo del fútbol embellece el partido, le da un nuevo rango. El madridista siempre miró a Torres como lo que es, símbolo del Atlético, orgullo del club hasta cuando no estuvo en él.
Torres se marchó sin haberle hecho más que un gol al Madrid. Le hizo otro con el Liverpool. Sólo dos en doce partidos. Pero cada gol que ha hecho en la Selección ha habido la sensación de que era de alguna forma un gol contra el recuerdo de Raúl, cuya aportación no alcanzó para que se consiguieran los éxitos que luego llegaron, con Torres y otros. Ese pique diacrónico entre los goleadores-símbolo ha mantenido a Torres como eje de discusión entre madrileños durante estos años en que ha estado fuera. Encarna más que ningún otro de los que juegan hoy esta vieja rivalidad entre Madrid y Atlético.
Torres aparece en un momento en que el madridista medio ni pensaba en el Atleti. Intentar ponerlo como un simbolo de una rivalidad que no existia, ahora, queda muy mono. El chico jugo nueve partidos, no gano ninguno y solo marco un gol, en el Calderon, ya que el Bernabeu es terreno sagrado. En el Liverpool era mirado con simpatia por medio pais porque era el Spanish Liverpool. Y en la seleccion, el jugador que siempre se contraponia con Raul era Villa, no el.
Lo que Torres fue, es y sera siempre es simbolo de otra cosa, simbolo de la resistencia de un Atleti que luchaba por sobrevivir...
a sus dueños. A sus muy ilegales dueños.