El sonido del cuerno surgió de la niebla con urgencia, apremiante. Los soldados de la pequeña guarnición se apresuraron a coger sus armas, ensillar los caballos y acudir al lugar del que provenía la llamada de auxilio. Era su deber.
La niebla impedía localizar con exactitud el origen de la llamada, y el peligroso sendero que recorrían no mejoraba la situación. El cuerno sonó un par de veces más, pero luego no volvió a ser oído. De pronto un penetrante grito hizo que los soldados volvieran sobre sus pasos y abandonaran el camino, y poco después empezaron a escucharse los primeros ruidos de lucha
Era evidente que una batalla había tenido lugar: los atacantes se retiraban amparados por la niebla ante la llegada de los jinetes, pero dejaban tras de sí a dos figuras que luchaban con furia, rodeadas de cadáveres. Pero lo que provocó que uno de los soldados mascullara unas palabras contra el mal de ojo fue el hecho de que los dos jóvenes que allí combatían eran iguales. Totalmente idénticos, desde los ropajes hasta la estatura, pasando por los rasgos y el color de ojos y cabello.
Los soldados rodearon con calma a los combatientes y tensaron sus arcos, apuntándoles:
- “¡Soltad las armas!” Gritó el capitán.
Los jóvenes se detuvieron, y mirándose con odio dejaron caer sus espadas. Uno de ellos exclamó:
- “¡Los Dioses os envían! Soy el hijo del Duque de Ashenvale ¡estas criaturas han masacrado a mi comitiva! ¡Nos atacaron por sorpresa y adoptaron nuestros rasgos…!”
- “¡Miente!” Le interrumpió su oponente. “¡YO soy el hijo del Duque! ¿Qué está pasando?
- “¡Farsante!"
- “¡Engendro!"
Los soldados sabían lo que estaba pasando: uno de los jóvenes era en realidad un espectro de la niebla. Estas criaturas solitarias y poco numerosas se mantenían en lo más alto de las montañas, pero a veces se organizaban y tendían emboscadas a los viajeros; en esas ocasiones es cuando se revelaba su cualidad más aterradora, ya que mirando a los ojos de sus víctimas eran capaces de asumir su aspecto.
Para siempre.
El capitán frunció el ceño.
- “Kerson, elija a uno de los dos y haga que sangre. Pero no se exceda.”
- “Sí, señor.”
El soldado desmontó, desenvainó e hizo un corte en la pierna al joven que tenía más cerca. La sangre que empapó los pantalones de montar del chico era negra.
- “Matadle.”
El chico abrió la boca para decir algo, pero dos flechas atravesaron su garganta y tres se alojaron en su pecho; estaba muerto cuando se derrumbó. Una vez en el suelo su imagen se tornó borrosa, difuminándose; tras unos instantes su cadáver se había convertido en el de una criatura esquelética, de pelo azabache y de una palidez casi translúcida. Su boca estaba llena de dientes afilados, y sus ojos eran pequeñas esferas de oscuridad.
- “¿Qué demonios es eso?”
- “Un espectro de la niebla, milord. Pero le explicaremos todo de camino a la guarnición, esos bastardos atacarán en breve. Chad, el hijo del Duque montará con usted. ¡En marcha!”
Y sin más dilación los soldados abandonaron el lugar de la matanza, mientras su joven protegido expresaba su agradecimiento con elocuencia, hablándoles de las riquezas y honores que su padre el Duque les entregaría como recompensa.
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Tobías estaba de guardia esa noche en la torre, y cuando la luna y las estrellas brillaban de esa manera la tarea le resultaba hasta agradable. Ocurrió con rapidez: un momento antes miraba al cielo, e instantes después se encontraba tendido en el suelo mientras la vida se le escapaba a borbotones por una herida en el cuello. El hijo del Duque de Ashenvale se hallaba junto a él, observando con curiosidad la brillante sangre roja que goteaba de la daga que empuñaba.
- “Bonita noche, ¿verdad?”
Intentó gritar, pero no pudo.
- “No te molestes, están todos muertos. Les he matado."
Tobías le miraba sin entender.
- “Al de los ojos azules le había elegido yo. Pero Tuétano era un envidioso, y cuando me quise dar cuenta le estaba duplicando. Empezamos a pelear, y llegasteis vosotros.”
La criatura se arrodilló y le apartó con ternura los cabellos de la cara.
- “Tienes unos ojos preciosos. Grandes, expresivos… me encantan. ¿Sabes una cosa? Creo que me los voy a quedar. Y luego iré a la ciudad, tengo entendido que a alguien como yo le puede ir muy bien allí...."
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