Criadillas escribió: ↑14 Abr 2025 18:19
Hoy, a eso de las 14:35, me ha pasado (o mejor dicho he visto que pasaba), creo que una de las cosas más tristes y terribles que jamás he vivido.
Estoy en el andén del metro de Moncloa que me lleva a casa, escuchando tranquilamente (y en concreto) un capítulo de Las Noches de Ortega de hace un par de semanas. Imagino que debido a la Semana Santa, la afluencia de viajeros en ese momento parece un poco menos de lo habitual, por lo que la previsión de ir dentro de unos minutos como sardinas en lata (algo habitual desde hace unas semanas debido a las obras que se están realizado para la "automatización y modernización de la línea", que han hecho que la frecuencia baje yo diría que un 20% fácil), es menor.
No importa.
Oigo que el metro se acerca. Los viajeros empezamos a acercarnos a la línea amarilla del borde del andén para irnos colocando de cara a embarcar.
De pronto veo que alguien que estaba a mi derecha desde hacía unos minutos, y en quien no había reparado, da dos pasos rápidos hacia el borde del andén, y se deja caer a las vías.
Oigo casi al instante una voz de sorpresa proveniente de una señora a mi izquierda. La persona que se ha tirado es una chica ágil, de pelo largo, castaño, delgada, con vaqueros y un jersey fino, sin abrigo. El salto hacia el fondo de las vías tiene hasta cierta gracia. No pretendo ser poético ni quiero darle nada lírico a este post horrible, pero os juro que así ha sido.
Me hubiera encantado hacer otra cosa, pero en el escaso par de segundos que mi cerebro ha procesado lo que estaba ocurriendo, mi reacción ha sido apartar la mirada y alejarme un par de pasos.
Saltar con ella para intentar sacarla de la trayectoria del metro no estaba ni entre los 10 primeros pensamientos que se me han venido a la cabeza. Para bochorno del Peladillas de 9 años, me temo que de héroe tengo entre cero y nada.
A la primera señora que ha gritado se le ha unido un coro de más de diez, de todo tipo y condición, fluctuando entre la sorpresa, el pavor y creo que algo de indignación porque algo tan terrible les estuviera saltando a los ojos de forma tan inesperada un lunes cualquiera.
A mi mente han acudido algunas imágenes provenientes de vídeos que (a cuento de qué, porque solamente sirven para traumatizarse) he visto de suicidios reales, horripilantes, donde los cuerpos han sido triturados en segundos por trenes y metros, o partidos en trozos y/o finalmente arrojados con violencia contra el andén incluso arrollando a otros pasajeros. Estoy seguro de que alguno de vosotros sabéis a cuál me refiero, y disculpadme la crudeza.
Silencio en el andén. Ilógico a todas luces, pero que significa una cosa: el tren que entraba ya no está en movimiento. Sin pensarlo mucho, miro a la derecha y veo que efectivamente se encuentra detenido aún a unos cinco metros de donde estoy.
A mis pies se encuentra la niña, hecha un ovillo entre las dos vías, sin moverse lo más mínimo, me parece que ni respira. Más de la mitad de un móvil enorme le sobresale del bolsillo del pantalón trasero.
La imagen me deja paralizado. No sé si la chica está consciente. No se mueve en absoluto pero tiene que estar intacta porque el metro afortunadamente ha frenado a tiempo.
Ante el estupor general, un hombre de unos cincuentaypico años, bajito, con gafas, pinta de fontanero o algo así, baja a las vías y la palpa cuidadosamente. Otro chico de unos veinteaños, latinoamericano, también baja y entre los dos, con bastante tacto, la consiguen poner de pie casi a pulso.
Varias personas en el andén preguntan si es que se ha caído la muchacha. Otra señora a mi lado izquierdo les dice con cara de pavor que no, que la chica se ha tirado, que ella lo ha visto.
El trío de las vías se acerca al alto bordillo del andén, y ahí por fin la parálisis se anula y somos unos cuantos los que ayudamos a subirlos de nuevo arriba. Justo al contacto con las manos que la elevan, la chica parece salir del estupor y empieza a pegar alaridos diciendo: "Dejad que me mate, me quiero morir" y llorando como una descosida. No la echo más de 16 años. Se me cae el alma a los pies y me entran ganas de llorar.
Me alejo porque no pinto nada ahí. Vienen a la carrera dos o tres seguratas y un par de operarios de metro de los que tienen la chaqueta azul, con walki talkies en ristre y expresiones entre alarmadas y, me temo, acostumbradas.
En escasos segundos han sentado a la chica en uno de los asientos metálicos del andén, y han alejado de los alrededores a los que estábamos ahí.
El metro que afortunadamente ha frenado a tiempo se ha colocado en su posición, ha desembarcado a la habitual riada de gente que (me consta, porque he escuchado algún comentario) protestaba por haber estado parados unos 5 minutos justo a escasos metros de meta.
Los que hemos entrado, lo hemos hecho con la cara pálida, como idos, y a sabiendas de que hemos estado a un pelo de vivir algo absolutamente pavoroso.
Manda cojones que me tenga que ir hoy a la cama con la certeza de que he tenido suerte y todo. De que si el maquinista está despistado, o el metro va más rápido al entrar, o la chica se arroja desde justo la pared desde la que entre el metro, me habría topado con algo aún más traumático y terrible.
La chica era perfectamente normal. Y perfectamente anormal por los arrestos demostrados al arrojarse en busca de matarse. Me pregunto qué se le estaría pasando por la cabeza a escasos 3 metros míos mientras yo, ajeno y a mi bola, me reía por lo bajini escuchando a Ortega y repasaba mentalmente lo que me iba a comer en un rato.
Lo extraño que es el tipo o la tipa que tenemos al lado, coño.
Llevo desde ese momento con la cabeza un poco grogui. Creo que ando en shock aún. He comido a desgana, no he jugado a la Play salvo cinco minutos inanes (ANATEMA!), y ahora he vuelto al curro como en una nube de aturdimiento. Voy en piloto automático.
Se me pone el pelo de punta saber lo cerca que he estado de la carnicería.
Pobre chica. Le deseo lo mejor.