Good morning Mr. Chance.
- Stewie
- Ulema
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Gracias.
Es un descubrimiento jodidamente adictivo. Llevo tres episodios, y sí, Gandolfini es grandioso. bajando lo que queda de la primera y toda la segunda.
http://www.tomadivx.com/tomadivx.html
Os meteís en series, y ahí están los elinkitos para las 5 temporadas.
Es un descubrimiento jodidamente adictivo. Llevo tres episodios, y sí, Gandolfini es grandioso. bajando lo que queda de la primera y toda la segunda.
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Pepe escribió: A mi todo esto (la extinción del lince) me parece una mierda. El lince mola, es bonito como gato y elegante como abrigo, que se vaya a la mierda no mola, que hagan corridas de linces.
- Nicotin
- Manuel Fraga Iribarne
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jajaja, ¡no he sido el último! ¡no he sido el último!
La verdad es que toparse de repente con Tony Soprano es un acontecimiento intelectual de primer orden.
No me extrañaría nada que esa frase fuese realmente suya y no de los guionistas. David Lee Roth es muy grande, ahora la gente se cachondea de él porque es viejo y se está quedando calvo (joder, ¡todo el mundo se hace viejo!... aunque es verdad que el tipo ha envejecido especialmente mal), pero lo cierto es que Diamond Dave fue único personificando al playboy vividor.
Me río yo de los figurines europeos con traje de Armani... quién sino David Lee Roth podría haber dicho algo como:
"Solía ir a hacer footing, pero los cubitos se me salían del vaso".
Fantástico.
Diamond Dave en sus años de gloria, y en estado de notable perjuicio,
luciendo orgulloso una camiseta de ¡Judge Dredd!

La verdad es que toparse de repente con Tony Soprano es un acontecimiento intelectual de primer orden.
David Lee Roth escribió:Yo solia deducir a hacienda por mis condones.
No me extrañaría nada que esa frase fuese realmente suya y no de los guionistas. David Lee Roth es muy grande, ahora la gente se cachondea de él porque es viejo y se está quedando calvo (joder, ¡todo el mundo se hace viejo!... aunque es verdad que el tipo ha envejecido especialmente mal), pero lo cierto es que Diamond Dave fue único personificando al playboy vividor.
Me río yo de los figurines europeos con traje de Armani... quién sino David Lee Roth podría haber dicho algo como:
"Solía ir a hacer footing, pero los cubitos se me salían del vaso".
Fantástico.
Diamond Dave en sus años de gloria, y en estado de notable perjuicio,
luciendo orgulloso una camiseta de ¡Judge Dredd!

The bigger the headache, the bigger the pill. Call me the big pill.
- Nicotin
- Manuel Fraga Iribarne
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Veo que mi último comentario en este post había sido dedicado a David Lee Roth y su inmortal frase del footing y los cubitos de hielo... Precisamente ayer vi el video-clip de "Hot for teacher", lo cual renovó mi eterna simpatía por ese canalla sin igual. En fin...
Bueno, las películas:
“Al final de la escalera”
No suelo prestar demasiada atención a los estrenos de películas de terror, y supongo que a mucha gente le ocurrirá algo similar ante la perspectiva de que el género está por lo general confeccionado por chimpancés y dirigido a un público palomitero que se traga cualquier cosa que lleve sustos de por medio. Pero evidentemente ha habido alguna muy honrosa excepción en los últimos años, como la magnífica “El sexto sentido” o “Los otros”, que también me gustó mucho. Estas dos películas han ayudado a revindicar el subgénero de películas “de fantasmas” ante sectores del público que normalmente no se acercarían ni con mascarilla a ver un estreno de terror. Pero si hay algo que también han revindicado es precisamente aquello que ambos títulos tienen en común (así como otras como “The Ring”), y ese factor común es la influencia de una película por otra parte tan poco tenida en cuenta como “Al final de la escalera”.
La película es de 1980 (se las tuvo que ver nada menos que con “El resplandor” entre otras) y fue estrenada en plena fiebre del cine de terror, aunque tenía poco que ver con “Viernes 13” o “El exorcista” y parecía más un artefacto anacrónico, que podría haber sido filmado en los 50. Resumir una sinopsis de “Al final de la escalera” es bien fácil: trata sobre un caserón con fantasmas. Así de tópico y así de sencillo.
La película tiene tres partes: la primera parte es la más larga, pausada y también la mejor con diferencia. Rodada con intencionado clasicismo, la acción transcurre muy lentamente: un compositor –interpretado por un contenidísimo George C. Scott- que ha perdido a su mujer e hija se traslada a vivir a una antigua casa en la que empieza a notar manifestaciones extrañas. Pero todo ello sin estridencias ni recursos facilones, sino más bien huyendo de transformar la película en un festival de lucecitas y efectos especiales (de hecho en esta primera parte no hay efectos especiales), sino buscando crear un ambiente de –como se diría ahora- “terror gótico” (yo lo llamaría “terror romántico”, a causa de su faceta dramática y su tufillo decimonónico). Se trata de un terror sordo, tenue y sutil, que juega mucho con los movimientos de cámara, las pausas y los cambios de plano. Los “fenómenos” que constituyen el tema central de esta mitad del film son presentados con gran brillantez, rodados con gran cuidado e incluso por momentos con intencionado esteticismo. Hay secuencias breves pero ejemplares: una tecla de piano que suena sola (¡magnífica escena!, nunca había visto mostrar de manera tan elegante, sencilla y sobrecogedora la presencia de un fantasma), o el único momento en el que el protagonista refleja sus sentimientos, echándose a llorar pero quedando su llanto bruscamente interrumpido por unos ruidos sobrecogedores (increíble efecto el de transformar súbitamente una secuencia dramática en una secuencia de terror) . Incluso una escena a priori tan tópica y poco prometedora como es una sesión de espiritismo termina encajando maravillosamente en el conjunto, gracias a la cuidada intensidad de su ritmo y, sobre todo, al circunspecto protagonista, que lo observa todo con una escéptica inexpresividad que ejerce de logrado contrapunto al frenesí de la médium y el nervioso asombro de los presentes.
Toda esta primera parte está plagada de grandes escenas, algunas de las cuales no comento para no arruinar su efecto. “Los otros” viene inmediatamente a la mente, es casi imposible resistirse a la idea de que Amenábar moldeó su película en torno a “Al final de la escalera”. Las semejanzas son muy evidentes, pese a que “Al final...” es algo menos elaborada y compleja en cuanto a guión y medios. Hay incluso quien podría hablar de clara copia, no tanto en lo argumental (bueno, quizá en alguna que otra escena sí) sino especialmente en cuanto a maneras y estilo. Yo desde luego estoy convencido de que sin “Al final de la escalera” no hubiese habido “Los otros. También “El sexto sentido” le debe algunas cosas a esta parte de la película, ya que hay una escena que es casi idéntica y cumple el mismo papel en esta película que en la de Shyamalayan. La verdad es que no queda más remedio que reconocer la enorme influencia que “Al final de la escalera” ha tenido sobre estas dos –y otras varias- películas posteriores.
La segunda parte de la película es una fluida –pero distinguible- derivación de la primera. El film toma un cierto tono de “thriller”, con “investigación fantasmal” de por medio. En esta parte es “The ring” (y similares) la que aparece como deudora de “Al final de la escalera”, especialmente por sus similitudes en el argumento: una indagación basada en las manifestaciones espectrales. Quizá esta parte no resulta tan envolvente como la primera –la trama “de investigación” rompe un tanto el ambiente- pero las escenas “con fantasma” siguen siendo absolutamente magníficas en su mayor parte (hay que joderse... lo que se puede llegar a hacer con una simple pelota) y uno sigue acordándose una y otra vez de “Los otros”, que realmente llega a parecer una versión libre de “Al final de la escalera”.
El final de la película es la única parte floja. De hecho, resulta llamativo, porque es demasiado flojo para una película de terror tan brillante. Es como un parche, parece el final de alguna otra película. Es como si hubiesen querido finalizar la película precipitadamente: el guión cae de repente, el ritmo pausado en la dirección desaparece, y da la sensación de que el montaje ha sido completado con prisas, muy descuidadamente. El buen hacer y el derroche de sensibilidad cinematográfica son sustituidos por un inesperado atropellamiento y una “espectacularidad” bastante fuera de lugar. De todos modos, pese bajón que supone un final tan cutre, el recuerdo del resto de la película no se resiente: eso sí, un final más logrado y armonioso hubiese hecho de este film algo realmente redondo.
Resumiendo:
Un clásico del terror por derecho propio, y una película que debería ver cualquiera que quiera saber de dónde han salido “El sexto sentido”, “Los otros”, “The ring” y similares. Es una película lenta y sutil, con un ritmo más propio de un drama pausado que de un film de terror convencional (lo cual supongo espantó en su momento a muchos fans del género, que esperaban más acción y velocidad, y menos esteticismo romántico y sentimental).
No sólo es recomendable para devotos del género de terror (yo no lo soy especialmente), sino que sus valores cinematográficos harán que la aprecie cualquier aficionado al cine clásico, como ocurre con “La profecía” o “El resplandor”. Un buen guión (no sobresaliente pero muy efectivo, mucho mejor en cuanto a acciones y planos que en cuanto a diálogos), una magnífica dirección (con un gran sentido del ritmo –¿eh, Amenábar?-) con toques muy “hitchcockianos”, una gran ambientación (no: ¡una magnífica ambientación!, tanto en cuanto a decorados como en cuanto a sonido... salvo la banda sonora original que no molesta pero deja algo que desear), y nada de agobios con efectos especiales gratuitos (que son ampliamente suplidos con imaginación e inteligencia detrás de la cámara).
Y, por descontado, buenas actuaciones: un George C. Scott, muy distinto al de “Patton”, que se contiene durante casi toda la película (lo cual ayuda a evitar que las escenas de terror sobre saturen al espectador con histerismos y empachos de caretos), y un fantástico Melvyn Douglas.
Una gran película de fantasmas, que demuestra que el terror no necesita de luces ni efectos ni niños maquillados de muerto: un objeto, una puerta, un sonido, son más que suficientes. El film va de más a menos, pero mantiene un buen nivel durante mucho tiempo y lo decepcionante del final no empaña todo lo que se ha logrado en la primera hora de película.
Yo se la recomiendo a cualquiera (excepto a palomiteros que no soporten un ritmo narrativo muy pausado y la ausencia de sangre y tiros), pero especialmente a quienes disfrutaron viendo “El sexto sentido” y, sobre todo, “Los otros”. “Al final de la escalera” es más lenta y mucho menos “espectacular”, pero aquellas películas han salido de esta y no quedan más huevos que reconocer la apabullante cantidad de méritos que atesora una película como “Al final...”, repetidamente e injustamente ignorada y menospreciada por muchos frikones del género de terror.
“Tarde de perros.”
Una película de los 70 que había visto hacía muchos años, que me gustó mucho entonces, y que ahora me ha gustado algo menos por alguna razón (quizá la tenía muy idealizada) aunque sigo pensando que es una gran película. Digo que me ha gustado algo menos, no que no me haya gustado: evidentemente es cosa mía, siempre es difícil volver a ver una película que se había visto en la infancia.
Está basada en un hecho real: una pareja de atracadores queda atrapada en un banco tomando a sus empleados como rehenes y el atraco se convierte en una extraña atracción mediática, debido a las curiosas circunstancias personales de uno de los atracadores: el típico tipo agobiado por problemas económicos, harto de un matrimonio vacío, y que quiere pagarle un cambio de sexo a su amante homosexual, y que además se dedica a montar escenitas a la puerta del banco.
El protagonista es Al Pacino, que evidentemente lo hace fantásticamente bien. No con la inalcanzable perfección de el “El padrino II” (para mi gusto, su actuación como Michael Corleone es una de las mejores de la historia, a la altura de cualquier actor que se me pase por la mente), pero ofrece algunos momentos muy, muy brillantes (por no decir apabullantes), si bien combinados con otros que cantan un poco a Actor’s Studio. De todos modos hablamos de Al Pacino en los 70 y eso equivale a decir que es una lección de interpretación. El co-protagonista es John Cazale; es decir: el mismo que interpreta a Fredo, el hermano de Michael, en “El padrino” I y II, y que está igualmente brillante con su característica “inexpresividad”.
La película es una de las varias con “contenido social” que Pacino rodó entre “Padrino” y “Padrino”. La verdad es que en aquellos años se las arregló para dar una y otra lección con personajes reales (“Serpico”) o sencillamente difíciles (“A la caza”). Yo no trago demasiado al Pacino de los últimos años, pero el de los 70 y principios de los 80 podía sostener una película entera sobre sus hombros sin ningún asomo de problema, como hace con “Tarde de perros”.
Una película entretenida, con un Pacino en plena forma –lo cual es en sí una excusa para verla-, y un gran elenco de acertadísimos secundarios y personajes estrambóticos. Por descontado es 100% setentera, la típica película que muestra la New York previa a las “limpiezas” estilo Giuliani, es decir: una ciudad retorcida y enferma repleta de historias personales delirantes y personajes que parecen vivir siempre aun paso del manicomio.
Recomendable, y ya de paso, a quien le guste la forma de actuar de Al Pacino, que se haga un favor y vea “Serpico” y “A la caza”.
“Battle Royale.”
Bueno, bueno, bueno...
Algo me mantiene lejos del aluvión de japonesadas cinematográficas que nos acecha, y algunas de las veces que asomo la cabeza hacia el tsunami de celuloide nipón salgo escaldado.
Pensé que esta película podría ser al menos interesante: un grupo de colegiales encerrados en una isla obligados a jugar el juego macabro de matarse unos a otros hasta que sólo sobreviva uno (no voy a negarlo: ¡sonaba bien!). Además sale el cafre de Takeshi Kitano, cuya neanderthalesca presencia suele ser de por sí un aliciente (es el tipo que mejor pega collejas en toda la puta historia del cine sin discusión alguna).
Por desgracia el resultado es el enésimo videojuego destinado a frikones consumidores de manga y anime. Personajes vacíos, diálogos mongólicos... ni siquiera la macabra idea inicial es resuelta con un mínimo de mala leche. Cualquier película del “arquitecto” de Charles Bronson tiene más mala baba que esto. Es que un videojuego: con la enésima enumeración de nombres de los alumnos empecé a sentirme como en un instituto japonés, rodeado de roleros nipones matándose unos a otros con un dado de doce caras.
Y lo de Kitano no es más que un reclamo facilón: su presencia es casi siempre anecdótica, yo esperaba muchas más salidas de madre de su personaje.
En fin: muy mala. Malísima. No me sirvió ni para reírme (más que nada porque el continuo e ininterrumpido pasar lista me hizo temer que Kitano saliese del DVD poniéndome delante una pila de deberes de matemáticas).
Un puto cero.
“Mucho ruido y pocas nueces”
Me habían hablado bien de esta película varias veces. Vi algunos fragmentos y nunca me atreví a continuar demasiados minutos.
Finalmente decidí batallar contra mis prejuicios y darle una oportunidad a la película (mucha atención): ¡viéndola entera!.
Pocos días antes había revisado otra adaptación de Shakespeare (nada menos que -¡¡de rodillas!!- la inconmensurable “Trono de sangre” de Akira Kurosawa, o lo que es lo mismo, el mejor “Macbeth” que he visto en pantalla). Y bueno, ver “Mucho ruido y pocas nueces” hizo mucha justicia a su propio título: una puta broma.
Alguien debería agarrar a Kenneth Brannagh de los huevos y alejarle de Shakespeare (y a poder ser del cine en general) para siempre. Para empezar, me parece un insulto que este tipo se haya convertido en el nuevo director-shakesperiano-standard. Para continuar, me parece increíble que –con todo lo grande que era don Guillermito- alguien piense que una comedia de Shakespeare tiene gracia. El amigo William era un genio –no, un dios- de la tragedia y el drama... pero admitámoslo, como escritor cómico no tenía ni puta gracia. No es Cervantes ni Quevedo. Quizá sonaré primitivo y garrulo diciendo esto, pero... es que es importante que una comedia tenga algo de gracia. No sé, me parece a mí. Comedia = gracia. Pero vamos, que a lo mejor soy yo y no hace ninguna falta que una comedia te saque la cara de muermo y se le pueda seguir llamando comedia.
Si a eso le añadimos un Brannagh en estado de gilipollez perpetua creyéndose el nuevo Lawrence Olivier, una Emma Thompson totalmente fuera de lugar (lo de esta mujer en esta película es terrible), un afectadísimo (y en ocasiones inutilísimo) reparto, y una obra que pega tanto en celuloide como la Mª Teresa Campos de vedette... en fin.
Lo siento por los fans de Kenneth Brannagh y esta película –que sé que los tiene, sabe Dios por qué- y aún lo siento más por mí mismo que me la tragué entera, pero “Mucho ruido y pocas nueces” y cualquier cosa en la que salga, participe, colabore e incluso piense de lejos el insoportable Brannagh no está hecha para mí.
Nunca mais.
Bueno, las películas:
“Al final de la escalera”
No suelo prestar demasiada atención a los estrenos de películas de terror, y supongo que a mucha gente le ocurrirá algo similar ante la perspectiva de que el género está por lo general confeccionado por chimpancés y dirigido a un público palomitero que se traga cualquier cosa que lleve sustos de por medio. Pero evidentemente ha habido alguna muy honrosa excepción en los últimos años, como la magnífica “El sexto sentido” o “Los otros”, que también me gustó mucho. Estas dos películas han ayudado a revindicar el subgénero de películas “de fantasmas” ante sectores del público que normalmente no se acercarían ni con mascarilla a ver un estreno de terror. Pero si hay algo que también han revindicado es precisamente aquello que ambos títulos tienen en común (así como otras como “The Ring”), y ese factor común es la influencia de una película por otra parte tan poco tenida en cuenta como “Al final de la escalera”.
La película es de 1980 (se las tuvo que ver nada menos que con “El resplandor” entre otras) y fue estrenada en plena fiebre del cine de terror, aunque tenía poco que ver con “Viernes 13” o “El exorcista” y parecía más un artefacto anacrónico, que podría haber sido filmado en los 50. Resumir una sinopsis de “Al final de la escalera” es bien fácil: trata sobre un caserón con fantasmas. Así de tópico y así de sencillo.
La película tiene tres partes: la primera parte es la más larga, pausada y también la mejor con diferencia. Rodada con intencionado clasicismo, la acción transcurre muy lentamente: un compositor –interpretado por un contenidísimo George C. Scott- que ha perdido a su mujer e hija se traslada a vivir a una antigua casa en la que empieza a notar manifestaciones extrañas. Pero todo ello sin estridencias ni recursos facilones, sino más bien huyendo de transformar la película en un festival de lucecitas y efectos especiales (de hecho en esta primera parte no hay efectos especiales), sino buscando crear un ambiente de –como se diría ahora- “terror gótico” (yo lo llamaría “terror romántico”, a causa de su faceta dramática y su tufillo decimonónico). Se trata de un terror sordo, tenue y sutil, que juega mucho con los movimientos de cámara, las pausas y los cambios de plano. Los “fenómenos” que constituyen el tema central de esta mitad del film son presentados con gran brillantez, rodados con gran cuidado e incluso por momentos con intencionado esteticismo. Hay secuencias breves pero ejemplares: una tecla de piano que suena sola (¡magnífica escena!, nunca había visto mostrar de manera tan elegante, sencilla y sobrecogedora la presencia de un fantasma), o el único momento en el que el protagonista refleja sus sentimientos, echándose a llorar pero quedando su llanto bruscamente interrumpido por unos ruidos sobrecogedores (increíble efecto el de transformar súbitamente una secuencia dramática en una secuencia de terror) . Incluso una escena a priori tan tópica y poco prometedora como es una sesión de espiritismo termina encajando maravillosamente en el conjunto, gracias a la cuidada intensidad de su ritmo y, sobre todo, al circunspecto protagonista, que lo observa todo con una escéptica inexpresividad que ejerce de logrado contrapunto al frenesí de la médium y el nervioso asombro de los presentes.
Toda esta primera parte está plagada de grandes escenas, algunas de las cuales no comento para no arruinar su efecto. “Los otros” viene inmediatamente a la mente, es casi imposible resistirse a la idea de que Amenábar moldeó su película en torno a “Al final de la escalera”. Las semejanzas son muy evidentes, pese a que “Al final...” es algo menos elaborada y compleja en cuanto a guión y medios. Hay incluso quien podría hablar de clara copia, no tanto en lo argumental (bueno, quizá en alguna que otra escena sí) sino especialmente en cuanto a maneras y estilo. Yo desde luego estoy convencido de que sin “Al final de la escalera” no hubiese habido “Los otros. También “El sexto sentido” le debe algunas cosas a esta parte de la película, ya que hay una escena que es casi idéntica y cumple el mismo papel en esta película que en la de Shyamalayan. La verdad es que no queda más remedio que reconocer la enorme influencia que “Al final de la escalera” ha tenido sobre estas dos –y otras varias- películas posteriores.
La segunda parte de la película es una fluida –pero distinguible- derivación de la primera. El film toma un cierto tono de “thriller”, con “investigación fantasmal” de por medio. En esta parte es “The ring” (y similares) la que aparece como deudora de “Al final de la escalera”, especialmente por sus similitudes en el argumento: una indagación basada en las manifestaciones espectrales. Quizá esta parte no resulta tan envolvente como la primera –la trama “de investigación” rompe un tanto el ambiente- pero las escenas “con fantasma” siguen siendo absolutamente magníficas en su mayor parte (hay que joderse... lo que se puede llegar a hacer con una simple pelota) y uno sigue acordándose una y otra vez de “Los otros”, que realmente llega a parecer una versión libre de “Al final de la escalera”.
El final de la película es la única parte floja. De hecho, resulta llamativo, porque es demasiado flojo para una película de terror tan brillante. Es como un parche, parece el final de alguna otra película. Es como si hubiesen querido finalizar la película precipitadamente: el guión cae de repente, el ritmo pausado en la dirección desaparece, y da la sensación de que el montaje ha sido completado con prisas, muy descuidadamente. El buen hacer y el derroche de sensibilidad cinematográfica son sustituidos por un inesperado atropellamiento y una “espectacularidad” bastante fuera de lugar. De todos modos, pese bajón que supone un final tan cutre, el recuerdo del resto de la película no se resiente: eso sí, un final más logrado y armonioso hubiese hecho de este film algo realmente redondo.
Resumiendo:
Un clásico del terror por derecho propio, y una película que debería ver cualquiera que quiera saber de dónde han salido “El sexto sentido”, “Los otros”, “The ring” y similares. Es una película lenta y sutil, con un ritmo más propio de un drama pausado que de un film de terror convencional (lo cual supongo espantó en su momento a muchos fans del género, que esperaban más acción y velocidad, y menos esteticismo romántico y sentimental).
No sólo es recomendable para devotos del género de terror (yo no lo soy especialmente), sino que sus valores cinematográficos harán que la aprecie cualquier aficionado al cine clásico, como ocurre con “La profecía” o “El resplandor”. Un buen guión (no sobresaliente pero muy efectivo, mucho mejor en cuanto a acciones y planos que en cuanto a diálogos), una magnífica dirección (con un gran sentido del ritmo –¿eh, Amenábar?-) con toques muy “hitchcockianos”, una gran ambientación (no: ¡una magnífica ambientación!, tanto en cuanto a decorados como en cuanto a sonido... salvo la banda sonora original que no molesta pero deja algo que desear), y nada de agobios con efectos especiales gratuitos (que son ampliamente suplidos con imaginación e inteligencia detrás de la cámara).
Y, por descontado, buenas actuaciones: un George C. Scott, muy distinto al de “Patton”, que se contiene durante casi toda la película (lo cual ayuda a evitar que las escenas de terror sobre saturen al espectador con histerismos y empachos de caretos), y un fantástico Melvyn Douglas.
Una gran película de fantasmas, que demuestra que el terror no necesita de luces ni efectos ni niños maquillados de muerto: un objeto, una puerta, un sonido, son más que suficientes. El film va de más a menos, pero mantiene un buen nivel durante mucho tiempo y lo decepcionante del final no empaña todo lo que se ha logrado en la primera hora de película.
Yo se la recomiendo a cualquiera (excepto a palomiteros que no soporten un ritmo narrativo muy pausado y la ausencia de sangre y tiros), pero especialmente a quienes disfrutaron viendo “El sexto sentido” y, sobre todo, “Los otros”. “Al final de la escalera” es más lenta y mucho menos “espectacular”, pero aquellas películas han salido de esta y no quedan más huevos que reconocer la apabullante cantidad de méritos que atesora una película como “Al final...”, repetidamente e injustamente ignorada y menospreciada por muchos frikones del género de terror.
“Tarde de perros.”
Una película de los 70 que había visto hacía muchos años, que me gustó mucho entonces, y que ahora me ha gustado algo menos por alguna razón (quizá la tenía muy idealizada) aunque sigo pensando que es una gran película. Digo que me ha gustado algo menos, no que no me haya gustado: evidentemente es cosa mía, siempre es difícil volver a ver una película que se había visto en la infancia.
Está basada en un hecho real: una pareja de atracadores queda atrapada en un banco tomando a sus empleados como rehenes y el atraco se convierte en una extraña atracción mediática, debido a las curiosas circunstancias personales de uno de los atracadores: el típico tipo agobiado por problemas económicos, harto de un matrimonio vacío, y que quiere pagarle un cambio de sexo a su amante homosexual, y que además se dedica a montar escenitas a la puerta del banco.
El protagonista es Al Pacino, que evidentemente lo hace fantásticamente bien. No con la inalcanzable perfección de el “El padrino II” (para mi gusto, su actuación como Michael Corleone es una de las mejores de la historia, a la altura de cualquier actor que se me pase por la mente), pero ofrece algunos momentos muy, muy brillantes (por no decir apabullantes), si bien combinados con otros que cantan un poco a Actor’s Studio. De todos modos hablamos de Al Pacino en los 70 y eso equivale a decir que es una lección de interpretación. El co-protagonista es John Cazale; es decir: el mismo que interpreta a Fredo, el hermano de Michael, en “El padrino” I y II, y que está igualmente brillante con su característica “inexpresividad”.
La película es una de las varias con “contenido social” que Pacino rodó entre “Padrino” y “Padrino”. La verdad es que en aquellos años se las arregló para dar una y otra lección con personajes reales (“Serpico”) o sencillamente difíciles (“A la caza”). Yo no trago demasiado al Pacino de los últimos años, pero el de los 70 y principios de los 80 podía sostener una película entera sobre sus hombros sin ningún asomo de problema, como hace con “Tarde de perros”.
Una película entretenida, con un Pacino en plena forma –lo cual es en sí una excusa para verla-, y un gran elenco de acertadísimos secundarios y personajes estrambóticos. Por descontado es 100% setentera, la típica película que muestra la New York previa a las “limpiezas” estilo Giuliani, es decir: una ciudad retorcida y enferma repleta de historias personales delirantes y personajes que parecen vivir siempre aun paso del manicomio.
Recomendable, y ya de paso, a quien le guste la forma de actuar de Al Pacino, que se haga un favor y vea “Serpico” y “A la caza”.
“Battle Royale.”
Bueno, bueno, bueno...
Algo me mantiene lejos del aluvión de japonesadas cinematográficas que nos acecha, y algunas de las veces que asomo la cabeza hacia el tsunami de celuloide nipón salgo escaldado.
Pensé que esta película podría ser al menos interesante: un grupo de colegiales encerrados en una isla obligados a jugar el juego macabro de matarse unos a otros hasta que sólo sobreviva uno (no voy a negarlo: ¡sonaba bien!). Además sale el cafre de Takeshi Kitano, cuya neanderthalesca presencia suele ser de por sí un aliciente (es el tipo que mejor pega collejas en toda la puta historia del cine sin discusión alguna).
Por desgracia el resultado es el enésimo videojuego destinado a frikones consumidores de manga y anime. Personajes vacíos, diálogos mongólicos... ni siquiera la macabra idea inicial es resuelta con un mínimo de mala leche. Cualquier película del “arquitecto” de Charles Bronson tiene más mala baba que esto. Es que un videojuego: con la enésima enumeración de nombres de los alumnos empecé a sentirme como en un instituto japonés, rodeado de roleros nipones matándose unos a otros con un dado de doce caras.
Y lo de Kitano no es más que un reclamo facilón: su presencia es casi siempre anecdótica, yo esperaba muchas más salidas de madre de su personaje.
En fin: muy mala. Malísima. No me sirvió ni para reírme (más que nada porque el continuo e ininterrumpido pasar lista me hizo temer que Kitano saliese del DVD poniéndome delante una pila de deberes de matemáticas).
Un puto cero.
“Mucho ruido y pocas nueces”
Me habían hablado bien de esta película varias veces. Vi algunos fragmentos y nunca me atreví a continuar demasiados minutos.
Finalmente decidí batallar contra mis prejuicios y darle una oportunidad a la película (mucha atención): ¡viéndola entera!.
Pocos días antes había revisado otra adaptación de Shakespeare (nada menos que -¡¡de rodillas!!- la inconmensurable “Trono de sangre” de Akira Kurosawa, o lo que es lo mismo, el mejor “Macbeth” que he visto en pantalla). Y bueno, ver “Mucho ruido y pocas nueces” hizo mucha justicia a su propio título: una puta broma.
Alguien debería agarrar a Kenneth Brannagh de los huevos y alejarle de Shakespeare (y a poder ser del cine en general) para siempre. Para empezar, me parece un insulto que este tipo se haya convertido en el nuevo director-shakesperiano-standard. Para continuar, me parece increíble que –con todo lo grande que era don Guillermito- alguien piense que una comedia de Shakespeare tiene gracia. El amigo William era un genio –no, un dios- de la tragedia y el drama... pero admitámoslo, como escritor cómico no tenía ni puta gracia. No es Cervantes ni Quevedo. Quizá sonaré primitivo y garrulo diciendo esto, pero... es que es importante que una comedia tenga algo de gracia. No sé, me parece a mí. Comedia = gracia. Pero vamos, que a lo mejor soy yo y no hace ninguna falta que una comedia te saque la cara de muermo y se le pueda seguir llamando comedia.
Si a eso le añadimos un Brannagh en estado de gilipollez perpetua creyéndose el nuevo Lawrence Olivier, una Emma Thompson totalmente fuera de lugar (lo de esta mujer en esta película es terrible), un afectadísimo (y en ocasiones inutilísimo) reparto, y una obra que pega tanto en celuloide como la Mª Teresa Campos de vedette... en fin.
Lo siento por los fans de Kenneth Brannagh y esta película –que sé que los tiene, sabe Dios por qué- y aún lo siento más por mí mismo que me la tragué entera, pero “Mucho ruido y pocas nueces” y cualquier cosa en la que salga, participe, colabore e incluso piense de lejos el insoportable Brannagh no está hecha para mí.
Nunca mais.
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“Bienvenido Mr. Chance”
Chance y su artilugio favorito: el mando a distancia de la TV.
Casualmente volví a ver hace poco la bellísima película en la que me inspiré para titular este cochambroso post.
A quien no la haya visto todavía, se lo digo con lágrimas en los ojos:
Vedla.
Fue la última película del actor cómico definitivo de su época, Peter Sellers. Todos sabemos que su vis cómica y su capacidad para convertir cualquier escena en una fiesta estaban más allá de la comprensión científica. Esta película, sin embargo, es muy diferente: no es una comedia. Al menos no una comedia en el estilo habitual de Sellers. Y Peter Sellers está muy comedido, no actúa como cómico (simplemente actúa y muy sutilmente) sin ninguno de sus habituales gestos histriónicos.
Sellers interpreta a Chance, un jardinero autista que, tras pasar toda su vida trabajando en el jardín de una casa sin salir al exterior, se ve obligado a abandonarla y buscarse la vida en la selvática sociedad moderna. Chance es un tipo ausente, tranquilo, -y, por qué no decirlo, perdidamente subnormal- que sin embargo se gana el afecto de la gente por su aura de pacífica beatitud. Incluso llega a dar el pego como tipo brillante, gracias a las metáforas que todo el mundo cree ver cuando él habla de lo único que conoce en el mundo: las plantas.
La película tiene un buen puñado de escenas memorables. La secuencia en que Chance sale por primera vez a la calle, abandonando el aristocrático encanto de su beatífico jardín para (con una impactante versión funk del “Amanecer” de “Así habló Zaratustra” de fondo; la música de “2001” para entendernos) encontrarse de sopetón en mitad de las calles llenas de basura, vagabundos y pandilleros...bueno, es una de las secuencias más extrañamente hermosas que he visto en una película.
O cuando camina cerca de la Casa Blanca, comprueba con pesar que un árbol de la calle está enfermo, y se lo comunica con ingenua seriedad a un policía, quien, ante el aire solemne de Chance, cree encontrarse ante un Secretario de Estado como mínimo, y responde “me ocuparé de ello, señor”.
Todo el film es como una especie de poema que gira en torno al concepto de identidad, de qué es lo que nos hace distintos a unos de otros. Chance, precisamente por carecer casi totalmente de identidad, termina siempre siendo visto por los demás según lo que los demás esperan ver en él, cuando él se limita a ser él mismo (o sea, un retrasado autista) y a hablar una y otra vez de jardines, tierra, plantas y raíces.
Resulta difícil tratar de explicar en qué reside el encanto de este maravilloso film. Quizá una de sus virtudes es que su tendencia al sentimentalismo es siempre compensada al ser consciente el espectador de quién es realmente Chance, y de que los sentimientos que despierta están a menudo basados en nada.
Además de Peter Sellers, quien ofrece una actuación muy, muy sutil, redondea la película otra actriz de inmenso calibre: Shirley McLaine. Ella se pone a la altura de Sellers y, curiosamente, carga con el peso cómico del film cuando lo hay (la escena en que McLaine tiene un orgasmo solita pensando que el inerte Chance está enamorado de ella es absolutamente fantástica, McLaine da un verdadero recital, está inmensa, en serio: si podéis ved la escena en V.O.S.). También destacar a Melvyn Douglas (el mismo de “Al final de la escalera”) que ganó el oscar a mejor actor secundario por su papel de moribundo que cree encontrar en Chance una especie de heredero.
En fin, una película (o debería decir “parábola”) deliciosa con un particular encanto, que finaliza además con una escena tan inesperada como poética. No diré qué ocurre (para no arruinar su escalofriante efecto poético), sólo que es algo muy sencillo –y a la vez irreal- que cierra la historia con una bellísima y ambigua metáfora. El último plano de Chance caminando –y lo que ocurre cuando camina- es hermoso y emocionante hasta el lagrimón estético: el mejor resumen posible de esta inusual, a ratos extraña, y desde luego única película.
La sencilla, sentimental, tranquila, poética y modesta obra maestra con la que Peter Sellers se despidió de este mundo tras habernos iluminado con su hiperbólico talento.
Un 10, por descontado.
Chance y su artilugio favorito: el mando a distancia de la TV.

Casualmente volví a ver hace poco la bellísima película en la que me inspiré para titular este cochambroso post.
A quien no la haya visto todavía, se lo digo con lágrimas en los ojos:
Vedla.
Fue la última película del actor cómico definitivo de su época, Peter Sellers. Todos sabemos que su vis cómica y su capacidad para convertir cualquier escena en una fiesta estaban más allá de la comprensión científica. Esta película, sin embargo, es muy diferente: no es una comedia. Al menos no una comedia en el estilo habitual de Sellers. Y Peter Sellers está muy comedido, no actúa como cómico (simplemente actúa y muy sutilmente) sin ninguno de sus habituales gestos histriónicos.
Sellers interpreta a Chance, un jardinero autista que, tras pasar toda su vida trabajando en el jardín de una casa sin salir al exterior, se ve obligado a abandonarla y buscarse la vida en la selvática sociedad moderna. Chance es un tipo ausente, tranquilo, -y, por qué no decirlo, perdidamente subnormal- que sin embargo se gana el afecto de la gente por su aura de pacífica beatitud. Incluso llega a dar el pego como tipo brillante, gracias a las metáforas que todo el mundo cree ver cuando él habla de lo único que conoce en el mundo: las plantas.
La película tiene un buen puñado de escenas memorables. La secuencia en que Chance sale por primera vez a la calle, abandonando el aristocrático encanto de su beatífico jardín para (con una impactante versión funk del “Amanecer” de “Así habló Zaratustra” de fondo; la música de “2001” para entendernos) encontrarse de sopetón en mitad de las calles llenas de basura, vagabundos y pandilleros...bueno, es una de las secuencias más extrañamente hermosas que he visto en una película.
O cuando camina cerca de la Casa Blanca, comprueba con pesar que un árbol de la calle está enfermo, y se lo comunica con ingenua seriedad a un policía, quien, ante el aire solemne de Chance, cree encontrarse ante un Secretario de Estado como mínimo, y responde “me ocuparé de ello, señor”.
Todo el film es como una especie de poema que gira en torno al concepto de identidad, de qué es lo que nos hace distintos a unos de otros. Chance, precisamente por carecer casi totalmente de identidad, termina siempre siendo visto por los demás según lo que los demás esperan ver en él, cuando él se limita a ser él mismo (o sea, un retrasado autista) y a hablar una y otra vez de jardines, tierra, plantas y raíces.
Resulta difícil tratar de explicar en qué reside el encanto de este maravilloso film. Quizá una de sus virtudes es que su tendencia al sentimentalismo es siempre compensada al ser consciente el espectador de quién es realmente Chance, y de que los sentimientos que despierta están a menudo basados en nada.
Además de Peter Sellers, quien ofrece una actuación muy, muy sutil, redondea la película otra actriz de inmenso calibre: Shirley McLaine. Ella se pone a la altura de Sellers y, curiosamente, carga con el peso cómico del film cuando lo hay (la escena en que McLaine tiene un orgasmo solita pensando que el inerte Chance está enamorado de ella es absolutamente fantástica, McLaine da un verdadero recital, está inmensa, en serio: si podéis ved la escena en V.O.S.). También destacar a Melvyn Douglas (el mismo de “Al final de la escalera”) que ganó el oscar a mejor actor secundario por su papel de moribundo que cree encontrar en Chance una especie de heredero.
En fin, una película (o debería decir “parábola”) deliciosa con un particular encanto, que finaliza además con una escena tan inesperada como poética. No diré qué ocurre (para no arruinar su escalofriante efecto poético), sólo que es algo muy sencillo –y a la vez irreal- que cierra la historia con una bellísima y ambigua metáfora. El último plano de Chance caminando –y lo que ocurre cuando camina- es hermoso y emocionante hasta el lagrimón estético: el mejor resumen posible de esta inusual, a ratos extraña, y desde luego única película.
La sencilla, sentimental, tranquila, poética y modesta obra maestra con la que Peter Sellers se despidió de este mundo tras habernos iluminado con su hiperbólico talento.
Un 10, por descontado.
Me gustó, la verdad, pero no se si el final será más clarificador en la peli, o han respetado alguna escena, como una proposicion urduiana a Chauncey.
De todos modos, el guión lo hizo el mismo autor, y supongo que lo adaptaría de un modo mas "blanco" puliendo posibles asperezas.
Por cierto, Peter Sellers era enorme.Un poco desequilibrado, pero enorme.
Edito:
http://cuantoyporquetanto.com/htm/libro ... jardin.htm
http://www.libros.ciberanika.com/letras/k/p01442.htm
Por lo visto en esta direccion se puede bajar:
http://www.geocities.com/elbuchon2001
De todos modos, el guión lo hizo el mismo autor, y supongo que lo adaptaría de un modo mas "blanco" puliendo posibles asperezas.
Por cierto, Peter Sellers era enorme.Un poco desequilibrado, pero enorme.
Edito:
http://cuantoyporquetanto.com/htm/libro ... jardin.htm
http://www.libros.ciberanika.com/letras/k/p01442.htm
Por lo visto en esta direccion se puede bajar:
http://www.geocities.com/elbuchon2001
This is not an exit
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- Manuel Fraga Iribarne
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Palahniuk escribió:Me gustó, la verdad, pero no se si el final será más clarificador en la peli,
Bueno, digamos que el final en la película -sea el mismo que en el libro o no- no es nada clarificador, pero resulta evidente que su intención es más metafórica o poética que argumental, y que no pretende explicar nada. En pantalla está planteado así, realmente es difícil tomárselo de otra forma que como un giro poético.
- Perro De Lobo
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Como anécdota decir que cuando Peter Sellers se leyó el libro de Chauncey, no se le ocurrió otra cosa que llamarle por teléfono haciendose pasar por Chance para decirle que estaría disponible en su jardín por si le necesitaba en caso de que se hiciera la película. O eso pone en la carátula del deuvede, tampoco me he roto los cuernos investigando.
El final de esa película me dejó loco.
El final de esa película me dejó loco.
He sido asaltado fieramente por la concupiscencia carnal
Ayer la vi, Mr.Chans, la película.
La verdá es que no me parecío gran cosa, aunque Peter Sellers lo borda. O algo así.
Solo pasaba para saludar en verdá.
La verdá es que no me parecío gran cosa, aunque Peter Sellers lo borda. O algo así.
Solo pasaba para saludar en verdá.
El perrico, definiendo la HAMBROSIA a ma112nu escribió:Un curasán aceitoso y calentico chorreando en el plato, la sonrisa de un niño, las ttks, un perolo de gazpacho manchego con medio kilo de pan para mojar, las ttks, las pelis de chinos dándose hostias, los ninjas, Mr. T, Mr.T luchando contra los ninjas, cualquier animal comestible, las ttks, correr desnudo por la playa alrededor de la gente mientras silbo el opening de battlestar galactica, la shandy cruzcampo de abadía belga, los torreznos, cualquier cosa rebozada, cagar en espiral, cosas asín, manu, cosas asín.