Terapia

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BarBara
Mulá
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Mensaje por BarBara »

Prometo no intentar buscarlo.

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NORNA
ayatolesah
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Mensaje por NORNA »

Menos mal, Bárbara, que todavía existe quien entiende que en esta vida, la espera hace las cosas más emocionantes (y placenteras). Y de premio, 2x1.
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VIII

El interrogatorio de Adrián era más apacible. Me hacía preguntas acerca de todo. Mi madre, mi padre, mis hermanas y hermanos. Profesores, consejeros, tutores, amantes. Y yo le contaba todo. Casi.

Me vi con seis años, en la consulta del pediatra de la familia, y a éste comprobando mis reflejos dando golpecitos a mis rodillas con su martillo de caucho. Para ver por dónde saldría la patada involuntaria.

Pero no había nada de involuntario en mis respuestas a Adrián. Le revelaba lo que quería revelarle. Me gustaba sobre todo darle detalles sobre mis clientes. Descargarme de los secretos de otras personas. Le entretenía con mis historias de sometimiento, se las servía para su disfrute.
Él sólo permitía que llegara hasta cierto punto.

-Ésas son las fantasías de otros -se quejó.- Quiero oír sus fantasías.

Me mostré menos abierta con ellas.

-Por ejemplo, ¿cuáles son sus fantasías respecto a mí? -me preguntó.

¿Creía que iba a conseguirlas así de fácil?
Tenía muchas.

Fantaseaba que era su paciente favorita. Que me daba hora los sábados a las siete de la tarde porque esa hora marcaba el fin de su semana de análisis y se dejaba lo mejor para el final. Que entonces el corría a casa, súper caliente, y follaba con su mujer en la mesa de la cocina mientras que el arroz que hervía en el fuego, se pegaba. No me importaba que follara con su mujer siempre que yo tuviera algo que ver en ello.
Fantaseaba que podía verme mientras yo sometía a mis clientes. Me observaba entre bastidores mientras yo los retenía como esclavos. Tenía más privilegios incluso que Spot, estaba en cada escena. Yo le miraba y le guiñaba un ojo.
Fantaseaba que estaba estirada sobre el diván. Me había explicado que no era para mí, que se utilizaba durante el psicoanálisis, no durante la psicoterapia. Yo repliqué que debería ser para cualquier paciente que lo deseara y él se rió sin invitarme. La verdad era que estaba cansada. Quería abandonarme ante su gris seguridad, reposar la cabeza. Cerrar los ojos.

OH, Adrián. Tómame entre tus brazos. Méceme en tu pecho. Canturréame hasta que me duerma. Fantaseaba que un día me cogería, sosteniéndome como si fuera su bebé y que jamás me soltaría.

Pero él no tenía la fuerza para obligarme a contarle esas fantasías. Él no iba a ponerme bajo los focos, subir la calefacción, quitarse su cinturón y atarme los tobillos. Así que no le conté muchas de ellas, aunque sí le ofrecí los hechos.

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IX

-Le alegrará saber que he decidido no aceptar más clientes -le dije-. He sacado mis anuncios de las guías de los bajos fondos. En adelante sólo voy a seguir viendo a los clientes que ya tengo.
-¿Me alegrará? -preguntó Adrián.
-Bueno, pensé que le gustaría.

Inclinó su cabeza y me miró.

-¿Acaso debe complacerme? -me preguntó amablemente.

La pregunta me desconcertó. La presunción de la misma. Tenía en la punta de la lengua media docena de respuestas sarcásticas, pero, por una vez, las repasé pensando antes de hablar.

-Sí -contesté finalmente.

Mi respuesta le satisfizo. Pude ver el esfuerzo que hacía para no sonreír.


Cumplí mi palabra. Reduje mi clientela, veía sólo a unos quince hombres diferentes con los que ya había establecido una historia considerable.
Mario era uno de ellos. De hecho, no había razón alguna por la que dejarle jamás. Su capricho era la privación de los sentidos y era con diferencia mi cliente más fácil. Era el director de una corporación multimillonaria, y nadie cuestionaba las tres horas que se tomaba para comer cada viernes. Mi función se limitaba a supervisar su transformación de ejecutivo corporativo a momia embutida en látex y a atarlo a mi acolchada mesa de sometimiento. Se quedaba ahí estirado durante un total de noventa minutos, en un interludio sin tiempo ni espacio, en silencio, en suspensión ciega. Su cabeza, como su cuerpo, quedaba totalmente cubierta. La única abertura era un delgado tubo negro insertado entre sus labios a través del cual podía tomar aire.
Mi única responsabilidad como supervisora de este extraño ritual era asegurar que respiraba. Después de Spot, Mario era mi sumiso favorito. Era amable y educado, cortés, tenía una cierta dignidad.

-¿De qué se trata, Mario? -le pregunté a Adrián. Todos ellos despertaban siempre mi curiosidad-. ¿Es sólo que quiere desconectarse por completo de vez en cuando?
-No, no -repuso-. Es más profundo que eso. Es la cosa más profunda que puedas imaginarte. Por debajo del fondo del océano, al otro lado de un agujero negro. Me sería imposible encontrar palabras para explicártelo.

Una vez, mientras lo estaba envolviendo, escuché que murmuraba algo casi inaudible. Los ojos, los oídos, y la nariz ya habían desaparecido y me incliné para atrapar las palabras que se escapaban por lo que quedaba de su boca.
-Bórreme -susurró.

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NORNA
ayatolesah
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Mensaje por NORNA »

X
Después de varios meses de preguntas y respuestas, revelaciones íntimas, calidez y flirteo, Adrián de repente tomó distancia. Una tarde que llegué a su consulta no me habló.

-Hola -aventuré.

Me saludó inclinando levemente la cabeza, manteniendo el silencio.

-¿Qué tal? -intenté de nuevo.
-Bien.

Estaba esperando a que yo hablara, tal como había hecho durante la primera sesión. Pero, al igual que ese día, me resultaba difícil hablar por mi cuenta. Comenté algo acerca del cliente de esa mañana, comenté que el propietario de mi piso quería subirme el alquiler. Continué con mi cháchara durante unos cinco minutos hasta que mi voz se hizo insoportable.
Pensé que quizás estaba enfadado, aunque no parecía que lo estuviera. Me miraba tan atentamente como siempre. Pero no ofrecía nada de sí. Ninguna ayuda.

-¿Por qué está tan callado? -le pregunté.
-¿Parezco callado?
-No me está hablando en absoluto.
-¿Entonces qué estoy haciendo?
-Venga, va. Quiero decir que sólo me está hablando cuando no tiene más remedio, y eso no es lo que suele hacer.
-Es verdad -dijo-. Y le voy a decir por qué. Creo que esa terapia interactiva que usted prefiere aparta el foco de atención de usted y lo traslada en gran parte a mí. Y creo que es importante que en este momento intensifiquemos el foco de atención en usted.
¿Podía estar hablando en serio? ¿Pretendía mantener este método para siempre?
-Pero yo detesto eso.
-Sé que no es tan cómodo para usted, pero creo que al final será mucho más útil.

No me lo podía creer. Sería insoportable.

-Bueno,¿y por qué ha llegado a esta conclusión ahora?
-Porque ahora usted puede aguantarlo.

Me hizo pensar el slogan empleado por tantas dominatrices: "Sus límites serán respetados y expandidos". A mi modo de ver era una frase diabólica, pura palabrería engañosa: respetaré el hecho de que su límite sólo se acerca al punto A, mientras lo llevo a B, C y D.
Pero mantuvo su postura. Se trataba de una medida permanente. Era algo así como dejar caer la persiana sobre una ventana. Todo lo que tenían de excitante las sesiones se evaporó. Nos quedamos sin electricidad, los relieves se habían vuelto planos. Sólo mis monólogos llenaban la quietud.
Ya había sido castigada con el silencio antes, pero eso no facilitaba las cosas. La garganta empezaba a dolerme nada más entrar en su consulta y continuaba doliéndome horas después de haberme ido a casa. Empecé a resentirme de tener que trasladarme hasta allí desde mi casa, sólo para volver sintiendo que en realidad no había llegado verdaderamente. Si no recibía de él alguna respuesta cabal, me costaba trabajo siquiera creer que había estado allí.
Mira, quería decirle. Está equivocado. No puedo aguantar esto. Sólo el orgullo más feroz me lo impedía. Yo mantenía mi propio silencio.



Vi a Pedro en el Vip's. Era mi día libre y me sentía exhausta. Llevaba puestos unos pantalones de lino y un par de esas sandalias negras que se consiguen en Chinatown por dos dólares. Tenía el pelo cogido por un lazo, con puntas y mechones que me caían en desorden sobre la cara. Sin maquillaje. Sin nada. Me vio y la boca se le abrió de par en par.
Ay, no, pensé. Nunca daba muestra de reconocer a un cliente fuera de mi apartamento. Para la mayoría de ellos, yo era un secreto muy bien guardado. Pero Pedro estaba solo.

- Usted...- balbuceó.

Esperé un momento.

-Ni siquiera... ¡Ni siquiera la había reconocido!

Bueno, la verdad es que no era mi hora más glamorosa.

-Pero usted... ¡Yo había pensado que era más alta!

Unos tacones de quince centímetros tienden a crear esa impresión, so tarado.

-Dios mío- concluyó, aturdido -Supongo que... supongo que nunca se me había ocurrido que era real.

Yo podía percibir su estado de agonía. Estaba mucho más que decepcionado; estaba aplastado. Y yo le di aquello que con toda seguridad deseaba más que nada. Le devolví su fantasía.

-¿Nos conocemos?- le pregunté. Alcé los ojos hacia él, asumiendo una expresión dulce y perpleja y hablándole con un tono cálido que nunca había escuchado en mí.

Me miró boquiabierto.

-¿Usted no es...?
-No creo que nos conozcamos. Estoy segura de no haberlo visto antes. ¿No me estará confundiendo con alguien?

Lo aceptó. Sin importar que fuese algo descabellado. Lo necesitaba y lo aceptó, y su alivio era patente.

-Lo siento, señorita. El parecido es extraordinario. Pero ahora me doy cuenta de que se trataba de un error.


Este encuentro me inspiró a hacer un experimento. Antes de mi sesión con Adrián me senté en los escalones enfrente del edificio donde tenía su consulta. Para esperarlo.
Nunca lo había visto en la calle. Nunca lo había visto en ninguna otra parte que no fuese su consulta y separados por una distancia de un metro. Su consulta, su territorio propio, que Adrián presidía como el único adulto en una fiesta infantil. Donde jamás terminaba el juego de las sillas.
Pero allí estaba, al extremo de la calle. Lo vi por el rabillo del ojo, y estuve segura de que era él sin necesidad de girar la cabeza. Caminaba rápidamente, envuelto en un abrigo viejo. Se veía pequeño metido en ese abrigo, como un ratón gris y viejo. Era algo conmovedor y terrible al mismo tiempo. Lo más increíble era su inocencia, la idea de que podía permanecer en mi punto de vista estratégico y mirarlo, como si yo fuese Dios, mientras avanzaba inocentemente por la calle. Eso sentía. Y sin embargo en el mismo instante pensaba: tiene que saber que estoy aquí. Está fingiendo no verme. Pasado otro segundo va a dirigir la vista en dirección mía y me va a taladrar con sus ojos que todo lo abarcan.
Jugué con ambas premisas hasta el mismo momento en que abrió la puerta del edificio y entró sin siquiera echar un vistazo hacia donde yo estaba. Y entonces supe que no había tenido idea de mi presencia. No era omnisciente. No era sobrenatural. Y nunca me ayudaría a fingir que no había sido él.

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NORNA
ayatolesah
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Mensaje por NORNA »

XI

Un par de días después, un cliente llamado Ciro presionó su miembro erecto contra mi pierna. Y por primera vez en mi carrera, perdí los cabales. En mis escenas tenía por regla que no se produjera ningún contacto con los órganos genitales. Absolutamente ningún contacto con la piel. Si le hacía una paja a un cliente, lo cual ocurría muy de vez en cuando, tenía que usar un condón y pagar una cantidad extra. Ante esta infracción, me aparté de un salto de él y solté un grito.
Spot apareció al instante en el portal de la mazmorra.

-¡Ama! ¿Qué sucede?
- Quiero que se vaya- chillé.

Spot no necesitaba más información. De inmediato avanzó sobre Ciro, quien empezó a retroceder gritando: "¡Pero qué demonios!". Yo misma no entendía la contundencia de mi reacción, pero ya no había vuelta de hoja. Estaba temblando de ira.
Spot cubrió con su brazo poderoso el bolillo de hombre desnudo. No sabía qué había hecho. No necesitaba saberlo. Se daba cuenta de que algo me había contrariado muchísimo.

-Permítame que le haga daño, Ama- me rogó.

Sentí la tentación de permitírselo. Me quedé un instante inmóvil, dudando, considerando la posibilidad, incapaz de pensar con claridad.

-¡Oigan, lo siento!- jadeó Ciro -¡No quería ofenderla!
-Ama, por favor, déjeme pegarle.

No, no podía permitirlo. Pero podía castigar a Ciro. De verdad castigarle; a mi manera, no a la suya.

-Ponlo en la rueda- le dije a Spot.

Spot lo arrastró hasta la rueda de tortura que él mismo construyó para mí. Es una tortura muy específica, lo de girar a toda velocidad en esa rueda. La gente a la que no le encanta aquéllo, por lo general no puede soportarlo.

-¿Pero... pero qué diablos está haciendo?- protestó Ciro- ¿Se supone que esto sea parte de la escena? ¡Yo jamás lo he solicitado!
-Cállese la jeta- le dijo Spot. Ató a mi cliente en el centro de la rueda, sujetó sus brazos y piernas a las correas y lo puso a girar con todas sus fuerzas.

No podía pensar con aquel ruido; tuve que salir del cuarto. Spot me siguió y se quedó a una distancia respetuosa mientras yo trataba de recobrar la calma. Se mantenía con la cabeza gacha, irritado, evidentemente afligido. Pero estaba demasiado bien adiestrado como para hacer preguntas.
¿Pero qué estaba haciendo yo? Esto era demencial. Aspiré profundamente y me obligué a contar hasta diez. Ciro no me iba a llevar a juicio por esto, pero eso no justificaba lo que estaba haciendo. No había un consentimiento mutuo; no tenía derecho a hacerlo.
-Spot, suéltalo y simplemente sácalo de aquí- le dije. Lo cual, ahora que lo pienso, probablemente era lo peor que le podía hacer a Ciro.

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curreta
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Ubicación: Razón Aqui.

Mensaje por curreta »

Mucho mejor el avatar nuevo Lorna.
A la vuelta pasé por al lado de la tuya casa, saqué la cabesa desde mi hauto y grité: CHURETICAS!

una bandada de gabiotar alzó el vuelo, el sol iba sumerjiendose entre las montañias y solo me contestó el eco de mi propia vos...

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NORNA
ayatolesah
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Mensaje por NORNA »

Ummm ¿mejor que cual? ¿El del Fantasma del Paraiso?

Bueno, la histora termina hoy.
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XII

Apenas había repasado uno de mis encuentros sexuales con Adrián cuando éste dijo:

-Muy bien. Me gustaría que me hablara un poco más de esto la próxima semana.
-¿La próxima semana? ¿Qué quiere decir?
-Quiero decir que me temo que su tiempo ha terminado.

Era imposible. Mis ojos se dispararon hacia el reloj. Las siete y media y yo había llegado a las siete. ¿Pero qué me estaba diciendo? De repente me sentí desorientada, mareada, enferma. Me estaba diciendo que me fuera.

-La veré el próximo sábado -concluyó.

Incluso en medio de mi confusión, me di cuenta de que iba a empezar a llorar. Me agaché para recoger mis cosas, y mantuve la cabeza gacha mientras ésta se llenaba de lágrimas. Deje que el pelo me cayera por la cara, ocultándola.
Todavía inclinada en esa incómoda posición, me puse el abrigo.

-Ana.

No era capaz de mirarlo, no era capaz de responder.

-Ana, ¿realmente va a sacrificar el rato que le queda de su legítimo tiempo -de un tiempo por el que paga- sin ninguna protesta?

Pasó casi un minuto antes de que sus palabras adquirieran sentido para mí. Otro antes de que pudiera hablar.

-So cabrón.
-No la culpo por estar enojada -repuso-. Fue un golpe bajo por mi parte.

Me levanté. Las lágrimas caían por mis mejillas.

-Ana, por favor, no se vaya.
-¿Qué? -solté con voz ahogada-. ¿Qué acaba de decir?

Tenía que oírlo de nuevo. Necesitaba oírlo rogar, o llegar tan cerca de ello como jamás lo haría. Y lo hizo. Era lo menos que podía hacer.

-Le he dicho que por favor “no se vaya".

Me dejé caer en la silla y me cubrí la cara con las manos.
-Usted posee lo que nosotros llamamos, en nuestra profesión, "defensas férreas" -me dijo-. Sentí que tenía que emplear tácticas de guerrilla.

Igual que si me hubiese dejado colgando boca abajo.

-Tenía que asegurarme- continuó.
-¿Asegurarse de qué?
-De que en efecto uno de sus problemas claves es el temor a que alguien le diga que se vaya.
Me oí dejar escapar un gemido.
-Ana ¿quién más la ha despachado?

¿Cuánto tiempo quedaba? ¿Diez minutos? De nuevo iba a abrir la herida y luego me enviaría a la calle, sangrando mortalmente. Otra vez.

-Tenemos tiempo, -dijo.

Otra mentira. No había tiempo suficiente para decírselo, ni siquiera para comenzar. No sabría cómo empezar.
-¿Quién fue, Ana?

¿Su nombre? No, no podía decir su nombre, no podía ni pensar en su nombre...
-¿Qué fue lo que pasó?

Me echó de su servicio sin darme ninguna explicación. Mi propio amo. El mío.
-Hábleme de ello, Ana.
Me había despachado de su servicio y yo no había protestado. Había considerado que era una cuestión de honor no oponerme siquiera a esa orden final. El último servicio que le presté fue marcharme sin decir una palabra. Pero sentí que me rompía del mismo modo que se quiebra el mercurio. En un millar de fragmentos independientes, separados, relucientes. Fragmentos irreconciliables y peligrosos.
Y me dije: Nunca jamás. Y crucé la calle. Tan sólo para llegar al otro lado. Como en un chiste tonto.

-Va a tener que contarme -dijo el Dr. Egea.
Y si finalmente, yo no hubiera sido capaz de otra cosa, habría creído que era una orden.

TELON

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Grumete
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Ubicación: HALGUNA CHABA QUE DECE TENER SIBER SECSO?
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Mensaje por Grumete »

Me lo tenía que haber leído antes.

Es cojonudo.
Mu' rico tó

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