Ruttiger escribió: ↑08 Abr 2024 09:55
El viernes, zapeando sin rumbo en el Netflix de mi vieja me encontré con
Ripley, creada, escrita, dirigida y producida por Steven Zaillian. Y aunque me encuentro en una temporada particularmente apática en esto de la ficción televisiva, y sin tener demasiado buen recuerdo de la peli de Anthony Minguella de principios de siglo, El Talento de Mr. Ripley (ni haberme leído la novela de Patricia Highsmith), me dejé engatusar por la estética atractiva de su trailer, por el cariño que le tengo a su actor protagonista y por el tremendo aburrimiento que supone un fin de semana en la casa materna. Luego, ayer, descubrí que es el estreno mainstream de la semana, es terrorífico lo difícil que es ser mongomasa a la mínima ocasión sin darte cuenta.
A medida que iba viendo la serie iba recordando algunos flashes de la peli casi homónima que tampoco es que fuera malísima pero que no me había interesado demasiado. La serie es mejor. Vamos allá:
Pequeña sinopsis para quien no sepa de qué estamos hablando. Ripley es la historia de Thomas Ripley, un timador de media monta neoyorquino al que le cae del cielo la misión de viajar a Italia a gastos pagaos a convencer a un playboy millonetis para que vuelva a los united states. Entre martinis en yates surcando la toscana y flirteos homoeróticos por los museos de Nápoles, Ripley, que es un sociópata de manual, acaba suplantando la identidad del playboy para poder seguir disfrutando su vida y su calidad.
El gordo pedante que habita en mí no puede evitar empezar hablar de "ejercicio de estilo". Estéticamente la serie hace un esfuerzo constante por epatar, desde su puesta en escena en blanco y negro hasta su colección de planos apabullantes. A veces con la textura de películas de estudio de los años 50 y sus retroproyecciones, muy a menudo homenajea a la estética más hitchcockiana con su sabiduría narrativa siempre al servicio de la tensión, de enseñar el zapato del cadáver debajo de la cama y la bomba debajo del coche; y flirtea en algunos momentos con el expresionismo alemán, abigarrando planos y su iluminación hiperexpresiva (el dominio de la luz de Caravaggio es un tema recurrente en la serie). Recurre incluso a veces a la ultra alta definición dando una sensación de irrealidad bastante chachi. Todo este mejunje plástico está tan empeñado en recrear tantas cosas distintas que al final carece de personalidad propia y pastichea un poco. También peca, a menudo, de dudosas elecciones que desentonan y arruinan un poco la experiencia de parque de atracciones visual (las escenas bajo el agua), pero en general la cosa brilla a menudo con planos epatantes de una Italia preciosa y a la vez tremendamente sucia y rota.
Andrew Scott, el Moriarty de Sherlock y el cura sepsi de Fleabag que tantos buenos suspiros le ha proporcionado a Polina monopoliza el asunto con un cierto histrionismo y brocha gorda pero con suficiente solvencia (mucho mejor que Matt Damon en el mismo papel). El resto de los protas, Johhny Flynn y Dakota Fanning no funcionan pero no molestan. Muchísimo mejor los secundarios, para mí lo mejor de la serie. Empezando con el policía (Maurizio Lombardi), qué porte, qué flema, qué personajazo tan bien escrito e interpretado, siguiendo por todos y cada uno de los caseros y caseras adorables, hoteleros fascinantes y hasta un felino que Ripley se va encontrando por el camino, una sucesión de italianos carismáticos a los que coges un cariño inmediato.
En cuanto a la historia, caracolea un poco y se hace larga. Pasan muchísimas cosas distintas todo el rato pero no puedo evitar que me resulten todas muy repetitivas, da la sensación de que se está alargando la cosa de forma artificial para justificar los ocho capítulos. Y eso que el ritmo es bueno, aparentemente pausado pero con cadencias bruscas de montaña rusa que lo hacen muy divertido. Hay alguna decisión que da un poco vergüencita y la torpeza de la policía en roza lo ridículo todo el rato. Ripley no es tonto pero tampoco es el hombre más listo del universo por lo que muchas de sus chapuzas se acaban resolviendo más por una sucesión de potras, exponencialmente improbables que por su pericia.
Lo mejor de la serie, después de sus secundarios, son sus escenas de tensión que están muy bien planteadas, largas, agónicas y anaeróbicas. Juguetea también, en momentos muy puntuales, con el humor negro, generalmente en el montaje. Y funciona.
En resumen, una buena serie, competente y de estética a veces apabullante aunque irregular, muy pretenciosa aunque se le agradecen las ganas, que se hace un poco larga. Un seis coma tres.