—La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Mclaud, donde se descubre que esto de la Champions esta tirado y va a ser facil ganar a estos equipos, eliminarlos, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, la UEFA paga bien por victoria y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra; Todo lleno de franceses e ingleses que nos tienen mania desde tiempos de los tercios.
—¿Qué equipos faciles? —dijo Mclaud
—Aquellos que allí ves —respondió su amo—, con jugadores que hablan en lenguas extrañas y herejes.
—Mire vuestra merced —respondió Mclaud— que aquellos que allí se parecen no son equipos faciles, si no gigantes.
—Bien parece —respondió don Criadillas— que no estás cursado en esto de las aventuras en Europa: son equipillos sin importancia alguna; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla. Porque como el Atleti, campeon, no hay uno.
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo el Kun, sin atender a las voces que su escudero Mclaud le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran gigantes de verdad, y no enanos, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran equipos pequeños, que ni oía las voces de su escudero, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo en voces altas:
—Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo equipo es el que os acomete.
Iniciose el partido y los once rivales saltaron al campo, lo cual visto por Criadillas, dijo:
—Pues aunque saqueis jugadores como si esto fuera un partido de futbol, me lo habéis de pagar.
Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su partido en el Calderón, pidiéndo a su aficion que en tal trance le socorriese, bien cubierto con sus espinilleras y con las botas firmes y atadas, arremetió a todo el galope del Kun y embistió con el primero equipo, el que le habia tocado en octavos.

—¡Válame Dios! —dijo Mclaud—. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino equipos grandes, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?
—Calla, amigo Mclaud—respondió don Criadillas—, que las cosas del futbol más que otras están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Platini que me multo y me cerró el campo ha vuelto estos equipos mediocres en gigantes, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mis goles.
Vale.